Durante las Navidades pasadas, solsticio de invierno para los más incrédulos, Barcelona fue una ciudad sombría, enfadada consigo mismo, triste, ocupada por todo tipo de "empreñados", cupaires irredentos, menestrales que sueñan con ser protagonistas de un hecho histórico low cost, huelga patronal de taxistas "revolucionarios". La Barcelona del "colauismo", una disfuncionalidad de la izquierda, ha decidido castigar a los barceloneses dejándonos en la penumbra. Las calles de nuestra Ciudad Condal han sido condenadas en esos días del solsticio de invierno a  la nocturnidad del sectarismo provinciano de la gran diva y sus acólitos. En el resto de las ciudades europeas las luces navideñas resplandecieron con todo su fulgor, incluso el Madrid de Carmena brilló con luz propia.

Para sumirnos aun mas en las tinieblas del pasado, el partido de nuestra alcaldesa se suma en el Parlament  al secesionismo más rancio y reaccionario declarando la Constitución Española como antisocial y antidemocrática, retorcida lógica de los que no conocieron ni sufrieron la España franquista.

He tenido la ocasión de comprobar los intentos de mutación de nuestra alcaldesa en su discurso del pasado viernes en el Círculo de Economía durante la clausura del ciclo Pensar Barcelona, y que supone un giro copernicano a las propuestas que la llevaron a la alcaldía. De la agitación prerevolucionaria de su etapa de ascenso al poder a la proclamación sin pudor de ser heredera del maragallismo. Practica la ambigüedad calculada para no molestar al secesionismo y guiña el ojo buscando la complicidad de ERC, el acuerdo se entrevé. Claro ejemplo de política camaleónica que pretende ocultar los escasos logros alcanzados, el incumplimiento de la mayoría de sus promesas y la falta de proyecto de ciudad.

La Barcelona de la penumbra necesita luz, un nuevo  proyecto que supere el oscurantismo de una izquierda anclada en el pasado e instalada en el adanismo. Barcelona necesita un proyecto que frene la regresión que padece y nos devuelva la ciudad entendida en su dimensión metropolitana, inmersa en la red nodal de ciudades globales en la que se definen las líneas de progreso y se impulsa el crecimiento. Construir una gobernanza cooperativa que permita a todas las administraciones coordinar esfuerzos y definir objetivos comunes. Urge potenciar un instrumento de gobernanza metropolitana que suponga una mayor calidad democrática, que favorezca la convivencia, la inclusión social  y la creación de riqueza. La elección directa de sus órganos de gobierno y en especial de su Alcalde-Presidente, el reforzamiento y clarificación competencial, la reasignación equivalente de recursos económicos y la asunción de competencias que impliquen servicios directos al ciudadano y que encuentran su ámbito territorial de eficiencia a nivel metropolitano, partiendo del principio de subsidiariedad y de colaboración.

Esta Barcelona que llamaremos Barcelona Distrito Federal debe ser sin duda dique de contención al secesionismo más rancio y garantía de futuro. Un territorio de cinco millones de habitantes que agrupa a 164 municipios y concentra al 68% de la población  catalana y el 70% de su PIB.

La ciudad metropolitana necesita un alcalde que como decía Pasqual Maragall sea capaz de “pensar lo que no existe todavía, pero que es posible y es mejor”. Una Barcelona abierta al mundo necesita recuperar un proyecto de ciudad que encarne la capitalidad cultural de Hispanoamérica, aprovechando la gran oportunidad de poseer como propia una lengua universal como el castellano y al mismo tiempo desarrolle su profunda vocación de liderazgo mediterráneo y de gran capital europea. Barcelona será para quien más la estime y más crea en su potencial creador y transformador de futuro. Barcelona nunca será de quien no cree en ella, ni de quien quiere utilizarla contra otros construyendo fronteras artificiales.