El programa Els Matins de TV3 analiza la primera semana de disturbios en fotografías. La imagen elegida es un joven con los brazos extendidos en señal de triunfo con una hoguera ardiendo a sus espaldas. El analista dice que el joven transmite “vida”. “Abre los brazos como Kate Winslet en Titanic, cuando Leonardo DiCaprio le dice 'ahora notarás que vuelas'. Está volando en este espectáculo. El caos de atrás, el fuego, no tiene por qué ser negativo”, comenta, entusiasta.

La segunda foto muestra turistas intentando acceder al aeropuerto en medio del bloqueo que provocó la protesta del lunes 21 de octubre. En este caso la fotografía es “divertida”. Se ve un joven mojado que empuja unas maletas visiblemente agobiado pero se puntualiza que debe ser sudor y no la lluvia que cayó ese día. ¿Qué estará pensando?, se plantea el analista escogido para esta tarea. “Que aquí hay una gente que quiere la independencia y no puede acceder al aeropuerto aunque no entiende lo que está pasando”, contesta él mismo. Reconoce que ha escogido fotos que no muestren los disturbios porque prefería “hacer otra cosa”.

La presentadora no matiza ninguna de todas estas cuestiones. Asiente, como siempre en estos casos, a un relato que una parte del Govern, pero también nuestros medios públicos de comunicación, intentan imponer estos días. Uno que relativiza la violencia vivida estos días en Cataluña a pesar de que ha alcanzado unos niveles inéditos. Hemos sido testigos de cómo ardía el Paseo de Gracia, a manifestantes lanzando ácido, bolas de acero, cócteles molotov e incluso un cohete para derribar un helicóptero, pero todo el foco está puesto día tras día en los excesos de los Mossos como si ese fuera “el problema”.

Los mismos agentes a los que se vitoreaba hace dos años, cuando Trapero cerró una rueda de prensa con la famosa frase “Bueno, pues molt bé, pues adiós”, ahora son aparentemente los responsables de lo que estamos viendo en las calles. Más allá de las malas praxis policiales que deben denunciarse y sancionarse, ¿son los agentes los culpables de lo que está pasando? ¿Estamos intentando ocultar que hemos pasado de la violencia verbal a una que levanta los adoquines de las calles para convertirlos en proyectiles? O lo que es peor, ¿queremos que se normalice porque pensamos que podemos sacar algún rédito político?

La presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, va aún más allá y en una entrevista, también en Els Matins de TV3, valora de forma positiva los disturbios violentos porque, según su peculiar punto de vista, dan visibilidad a la causa de la independencia. “Permiten que estemos en la prensa internacional de una manera continuada”, dice con toda tranquilidad. La presentadora no replica nada. Como si lo que estuviera diciendo Paluzie fuera lo más normal del mundo. ¿Si fuera un representante de una entidad de extrema derecha el que está justificando la violencia vivida en las calles reaccionaría de la misma manera? ¿Cuántas entrevistas habría hecho TV3 a policías afectados si la violencia viniera desde otro sector ideológico? ¿Cuántos minutos ha dedicado a personas que condenan la violencia en todas sus formas? No solo las que repiten una y otra vez que los agentes no deben usar la técnica del carrusel.

Hay algo que no funciona en Cataluña. No funciona cuando, en un momento tan delicado como el que atravesamos, nuestros representantes políticos, el propio Govern y los medios públicos de comunicación financiados por toda la ciudadanía intentan imponer un relato que relativiza la violencia o intenta esconderla.

Es una irresponsabilidad que una entidad como la ANC la justifique pero lo es aún más que el president de la Generalitat tarde días y días en condenar los disturbios y luego lo haga con la boca pequeña, añadiendo siempre que los culpables son otros: el Estado o unos supuestos infiltrados que TV3 tampoco ha sido capaz de localizar aunque durante días se ha hecho alusión a ellos. Todos pudimos ver cómo en el programa FAQS del sábado 25 de octubre la presentadora cortaba abruptamente al periodista que, desde el lugar de los disturbios, constataba que los manifestantes no eran italianos ni griegos ni holandeses. Eran jóvenes de aquí, que han crecido con un relato que alimenta la idea que todo aquello que se oponga a la independencia es un enemigo a batir: es fascista, franquista o totalitario. Palabras que han perdido su significado de tanto repetirlas y banalizarlas.

En su libro Contra el odio, Caroline Emcke alerta sobre el peligro de abandonarse al placer de odiar de esta manera: sin reparos, sin ocultarse tras un pseudónimo, fabricando objetos a medida a los que se culpa de todo. Cataluña vive mucho de esto. En vez de hacerse hincapié en la convivencia, en la necesidad de llegar a acuerdos, en respetar a las personas que piensan diferente --porque en eso consiste la democracia--, estamos jugando con principios que deberían ser irrenunciables. Como la violencia. ¿Es esto lo que queremos heredar a las nuevas generaciones? La respuesta debería ser obvia. Pero desgraciadamente no lo es.