Custodio universal de la República catalana non nata, el prófugo Carles Puigdemont nombra testaferro en Cataluña a uno de sus adláteres más ofuscados. Por tierra, mar, Twitter y sucesivos despachos para el agit-prop, Quim Torra ha formulado la más agresiva de las propuestas para el Delenda est Hispania. Cataluña nunca fue España ni lo es ni lo será, ha sido siempre el mensaje unidimensional de Torra al que biografías de agencia atribuyen la condición de escritor siendo tan solo autor de unos panfletos. Habrá tiempo para fiscalizar el currículum de Torra aunque por ahora lo que importa es un discurso de investidura --amateur, anacrónico, deslavazado y grotescamente victimista-- en el que Puigdemont se manifestó de forma ventrílocua como presidente de la República catalana que ha secuestrado la legitimidad estatutaria, ahuyentando a miles de empresas, perjudicando el turismo y convulsionando una sociedad catalana cuyo regreso a la cohesión elemental no va a merecer el impulso del nuevo Gobierno de la Generalitat. En el horizonte, se divisa una versión más intensiva del 155, para que exista cierta normalidad y el asalto a la razón no se concrete en forma de grieta institucional irreparable. Es una perspectiva catastrófica porque la mayoría de catalanes viven en el siglo XXI mientras que Quim Torra sigue en 1714.

Ya se verá si ERC al menos intenta compensar el asalto a la razón con algún elemento pragmático pero no porque haya sido un partido ajeno al irracionalismo demagógico desde sus orígenes. Opera con tacticismo de poder y no por respeto al orden jurídico y a los intereses de la sociedad catalana. Es un asalto a la razón que lleva años preparándose en las salas de banderas del independentismo. El lenguaje de hostigamiento propio de Torra retrotrae a décadas oscuras del siglo pasado, en un momento en que en Europa el descrédito de la racionalidad política cundía brutalmente. Ahora, delegado por Puigdemont, Torra se dispone a adulterar aún más la vitalidad pública en Cataluña.

El apartamiento metódico de la realidad es uno de los rasgos del secesionismo. Por ejemplo: parece como si Cataluña, desconectada de España, pudiera así zafarse por derecho inalienable de los costes de la subida del petróleo --5.500 millones de euros-- debido al giro geopolítico de Trump con Irán. Los ensueños de la nación ficticia a veces también corroen la razón. Lo fundamental, según se ve, es que Cataluña tenga un presidente republicano infinitesimal como máxima representación del Estado. Después de raptar la convivencia plural en Cataluña, Puigdemont ha movido un peón para que, cuando el artículo 155 quede desactivado en unos días, luego tenga que ser reactivado en unas horas.