Recientemente, el PSC ha anunciado que en su congreso de mediados de diciembre debatirá la política lingüística catalana. El partido considera que, rotos todos los consensos en Cataluña, incluido el lingüístico, es necesario repensar las cosas en este campo. Este anuncio está siendo acogido con satisfacción por parte de muchos que desde hace tiempo esperábamos que el PSC pudiera empezar a elaborar un discurso propio sobre este tema, un discurso que partiera de la realidad social y afectiva del bilingüismo. Sin embargo, como era previsible, el anuncio ha levantado oposición, porque hay también muchos otros interesados en que nada cambie en la política lingüística catalana.

Uno de los argumentos que se esgrimen para frenar todo cambio es que el sistema de inmersión logra que los alumnos y alumnas adquieran un dominio de ambas lenguas oficiales, el catalán y el castellano. Ya que el sistema logra el aprendizaje de ambas lenguas hasta niveles avanzados, ¿para qué cambiarlo? Nos aseguran que se cumple escrupulosamente la Ley de Educación de Cataluña (LEC), que en su artículo 10.1 estipula que “los currículos deben garantizar el pleno dominio de las dos lenguas oficiales al finalizar la enseñanza obligatoria”.

Este argumento se sostiene, sin embargo, en una premisa equivocada: una escuela monolingüe, es decir, que enseña en una sola lengua, consigue el pleno dominio de dos. Así, ¿sin más? Lógicamente, los alumnos pueden acabar la enseñanza habiendo adquirido un pleno dominio del catalán, puesto que son educados en esta lengua; es la lengua vehicular única, y en la que se realizan todas las actividades escolares. Pero en cuanto a lograr el pleno dominio del español, debemos aceptar honestamente que las cosas ya no están tan claras. De entrada, un programa lingüístico que enseña sólo en una lengua, pero consigue una alta competencia en dos, no puede por menos que levantar sospechas.

Nadie ha conseguido contestar a la pregunta crucial: ¿cómo es posible que un programa lingüístico que enseña en una sola lengua logre que los alumnos adquieran un pleno dominio de dos?

Sabemos, porque nos lo muestra la experiencia y está suficientemente desarrollado teóricamente, que el desarrollo del lenguaje formal y complejo, escrito y oral, requiere muchos años de aprendizaje. Por esta razón, en prácticamente todas las escuelas del mundo, desde la educación Primaria hasta la Secundaria, la impartición de asignaturas tiene siempre dos objetivos: la adquisición de los contenidos propios de la materia y el desarrollo del lenguaje. En las escuelas, el lenguaje se desarrolla a través de su uso, o sea, a través de la realización de tareas académicas.

Así pues, en Cataluña, los alumnos aprenden catalán esencialmente a través de realizar las tareas escolares de todas las asignaturas en esta lengua. A ello se añade lo que aprenden en la asignatura de catalán, centrada en el estudio de la gramática. Pero el uso, la práctica de la lengua se da a través de las asignaturas.

Respecto al español, en el sistema de inmersión no se realiza ninguna asignatura en esta lengua, por lo que no hay uso ni práctica de la lengua. Toda la enseñanza se encuentra limitada a la asignatura de lengua española, la cual también se basa esencialmente en el estudio de la gramática descriptiva (qué es un adjetivo, un adverbio, una frase subordinada), igual que en la asignatura de lengua catalana. La inevitable consecuencia de ello es que se priva a los alumnos de la principal herramienta para el desarrollo del español formal y culto. Lo que sí llevaría a un desarrollo sólido y óptimo del español sería el realizar algunas asignaturas en esta lengua porque ello permitiría practicar y usar la lengua.

Para los defensores de la inmersión a ultranza esto no es un problema. Admiten, los que son honestos, que el español no se aprende ni practica en la escuela, pero no pasa nada, porque el español está “en la calle”. El español puede aprenderse en la calle, por lo que es superfluo el aprenderlo en la escuela, nos dicen. Lo que deliberadamente se omite, sin embargo, es que este aprendizaje “en la calle” está necesariamente restringido a los registros orales y coloquiales de la lengua. Y que, por lo tanto, el aprendizaje del español en sus registros cultos y formales no puede aprenderse en la calle; debe tener lugar en la escuela.

Un ejemplo puede ilustrarlo: la práctica totalidad de los alumnos catalanes saben decir “Es muy necesario que hagamos esto”, pero sólo algunos saben expresarse diciendo “Tenemos una necesidad acuciante de realizar esta tarea”. El lenguaje de la primera frase es coloquial y puede aprenderse en la calle, mientras que el lenguaje de la segunda es culto y se aprende en la escuela o, en todo caso, lo pueden aprender algunos alumnos concretos que leen mucho en español fuera de la escuela o que viven en un entorno culto que les expone a un español rico y elevado.

Así, los hechos empíricos nos muestran que el sistema educativo catalán carece de un programa estructurado para que los alumnos acaben la enseñanza dominando el español de forma correcta, rica y precisa tanto de forma oral como escrita. Más bien, el enfoque parece ser que cada alumno llegará donde llegue en su conocimiento del español, dependiendo de si es su lengua materna, de si lee mucho en esta lengua fuera de la escuela o de si tiene un entorno culto que la usa.

En conclusión, desde un punto de vista pedagógico, el actual modelo de inmersión no puede considerarse adecuado para el aprendizaje del español. El sistema no está diseñado para enseñar esta lengua; está diseñado para lograr un dominio del catalán, y nada más. Los alumnos y alumnas que sí logran un alto conocimiento del español es debido a que ellos mismos lo han conseguido por su cuenta, sus padres lo han alentado o su entorno en general lo ha favorecido. Pero no es porque la escuela haya proporcionado este aprendizaje. No hay duda pues de que el PSC hace bien en replantearse la cuestión.