Es especialmente interesante el último artículo de Cercas previendo la repetición de los hechos de 2017, de lo que él llama “insurrección” (y yo “golpe de Estado”) separatista; constata el novelista que en efecto el separatismo está durmiente, en estado de pasividad relativa, sumido en una sensación de derrota, escaldado por el escarmiento que le cayó encima con la aplicación del 155, los juicios y condenas, etcétera.

Pero “cuanto surja una nueva oportunidad y los secesionistas se pongan de acuerdo, sus partidos y organizaciones civiles volverán a avisar a su gente y volverán a intentarlo. No hace falta que la nueva oportunidad sea una crisis tan brutal como la de 2008, que fue el catalizador del procés; basta con que se forme en Madrid un Gobierno del PP —no digamos del PP y Vox—, en cuyo caso los secesionistas volverían a contar con el apoyo tácito o explícito de esa parte de la izquierda que parece considerar que todo es legítimo con tal de echar de la Moncloa a la derecha, incluido arremeter contra las libertades de más de la mitad de los catalanes”.

En efecto, esta posibilidad, este escenario, es algo en lo que muchos hemos pensado, pero no hemos sabido formularlo o no nos hemos atrevido a pensarlo hasta el final, o no lo hemos querido decir para no fungir de Casandras, que es un personaje muy desagradecido y expuesto a toda clase de reproches y befas.

Por ahora, y a pesar de lo que digan las especulaciones de los sondeos, no parece muy probable que la izquierda –que gobierna gracias al apoyo de los separatistas vascos y catalanes— vaya a perder el poder o sea descabalgada en las próximas elecciones, pues su oposición, el principal partido conservador, está absorbido en sus habituales luchas intestinas y peleas de gallos, que parece que es algo que al electorado lo desactiva mucho; y además el auge de un partido de extrema derecha con el que se vería abocado a gobernar es una amenaza que moviliza el voto de los desencantados.

Aun así, tarde o temprano el gobierno de la nación pasará a manos de la derecha, y ese será el momento en el que la amenaza de “lo volveremos a hacer” tendrá su ventana de oportunidad para cumplirse. La “base” golpista se ampliará efectivamente con muchos elementos izquierdosos que detestan al PP (ya prácticamente expulsado de Cataluña).

Para entonces el separatismo no podrá contar con el efecto sorpresa, y el Junqueras de turno no podrá contar con volver a sorprender la buena fe o la ingenuidad de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría de turno; ni con la credulidad de unas clases burguesas e ilustradas desatentas, que no podían concebir que fueran en serio las amenazas que se formulaban continuamente, las consideraban pura retórica, pues no iba el nacionalismo a cometer un suicidio y a arruinar el país, con lo bien que vivía; pero sí, podía, y en realidad no podía evitarlo, tanto se había recalentado su maquinaria.

Porque desde la proclamación de independencia del Gobierno de Puigdemont, el Estado ha aprendido mucho sobre la naturaleza y la voluntad de un movimiento nacional que se postula como su directo enemigo, pero también este estará ya vacunado por la experiencia de sus autoengaños y evitará los caminos que llevan a callejones sin salida y a corredores sin retorno.

La profecía de Cercas (sí, volverán a intentarlo, y lo intentarán cuando en España gobierne la derecha) y el reproche implícito a la complicidad de la izquierda, o de cierta izquierda, es especialmente significativo porque la profiere y argumenta un intelectual próximo al socialismo, y uno, además, que durante largos años intentó el didactismo y “tender puentes”.

Aunque estos de ahora sean malos tiempos para la insurrección todos detectamos a diario que el nivel de rencor y rabia acumulada sigue prácticamente intacto, y no se han apaciguado entre los irredentos las ganas de bailar el “mambo”. Harían bien en leer ese artículo en los despachos de la calle Ferraz y de la calle Génova, aunque ya sepamos que pedir a nuestros representantes que prevean escenarios de futuro con años de antelación es mucho pedir.