Un montaje de la columnista Núria González sobre un fondo del Parlament
La brecha del poder
"Los roles de género se repiten en la política igual que en la vida misma, y a las mujeres se les permite “estar”, pero nunca mandar"
La política, como en cualquier otro ámbito de la vida, está impregnada del machismo en el que vivimos todos. Sólo que en la política se le añade el ingrediente diferencial del poder, lo que hace que ese machismo mute fácilmente en abuso, siendo el acoso sexual una de sus más comunes expresiones.
Porque el machismo es eso, a saber, el intento de dominación y sometimiento. La idea de algunos (tristemente, no pocos) hombres, de que tienen más derechos que las mujeres, o más concretamente aún, derecho sobre las mujeres, en cualquier sentido que esto se quiera aplicar.
Por eso la política, que es donde vive y se reparte el poder, es un terreno tan abonado al abuso y al acoso sexual. Porque es uno de los ámbitos de la vida pública donde la brecha de poder entre hombres y mujeres es más evidente. Y en España más aún.
Y si no me creen, vean. Mientras que cada vez más países en el mundo tienen o han llegado a tener una presidenta, como Italia, México, Reino Unido, o candidatas muy serias a la presidencia en varias ocasiones como el caso de Estados Unidos, las mujeres en política en España no hemos rascado bola jamás.
Para más inri, ha sido la derecha española la que casi siempre ha adelantado a nuestra siempre renqueante izquierda a la hora de “poner” a mujeres en lugares con mayor visibilidad, que no necesariamente poder. Y sin olvidar nunca que la izquierda en bloque se opuso en España al voto femenino y que Clara Campoamor se tuvo que ir del partido socialista para conseguir que se aprobara. Pero como el patriarcado es siempre agradecido y la historia la escriben los hombres, aún hay asociaciones de mujeres con el nombre de Victoria Kent, algo increíble para mí.
Mientras, no ha habido ninguna mujer en la izquierda que llegara a pintar nada en política en este país a nivel institucional y mucho menos a nivel orgánico, ni del PSOE, ni de la prácticamente extinta izquierda Unida. En Podemos aún nos acordamos de la foto aquella de “unidas” en la que salían cuatro maromos. Y sonriendo. De ERC, aún recuerdo aquel audio entre dos altos dirigentes en el que literalmente, uno preguntaba a otro si “no había ninguna mujer con las tetas grandes para ponerla de consellera”, entre risitas. Y suma y sigue.
Y para mí esa es la clave para hacer cambiar todo. De nada valen las listas paritarias (de las cuales estoy totalmente a favor) si la mitad de cargos se ocupan por mujeres que, en lugar de defender la causa de sus congéneres cuando entra en conflicto con el bienestar y la tranquilidad de los jefes de su partido, se dedican a cuidarlos a ellos en lugar de luchar por ellas mismas y por todas las demás.
Lo cual nos lleva al problema del poder de la partidocracia, concretamente de las direcciones de los partidos políticos, donde las mujeres ni siquiera existimos.
A las mujeres se les ha permitido llegar y ocupar espacios en la política institucional porque, al fin y al cabo, ha pasado como en la vida cotidiana. Los roles de género se repiten en la política igual que en la vida misma, y a las mujeres se les permite “estar”, pero nunca mandar. Por eso, en los lugares de poder real, en esos despachos donde cuatro o cinco señores deciden el destino de millones de personas, las mujeres no entran nunca, y si entran, ya vemos para qué son llamadas a la vista de los últimos acontecimientos en el PSOE.
Y esto sólo tiene una salida tan obvia como irremediable y es que las mujeres por fin se decidan a dejar de cuidar a los hombres también en política y ocupen, sin pedirles permiso ni perdón, la mitad de todos los puestos de poder real, que no es lo mismo que los puestos de representación institucional.
Lo malo es que esto sólo pasará cuando la mayoría de las mujeres sean capaces de procesar la realidad incómoda de que la igualdad no existe, ni siquiera estamos cerca, y mucho menos donde se toman decisiones. Y que esa es la razón por la que en ninguna decisión política prima el bienestar de más de la mitad de la población, que somos nosotras.
Si un desgraciado guarro acosador que actúa impunemente en la confortabilidad de su despacho oficial tuviera la seguridad de que está rodeado de mujeres que no van a pasar por alto su comportamiento, en lugar de sentirse protegido por la omertà de la fatria, se lo pensaría dos veces antes de abrir su pestilente bocaza. Y porque quien hay en las instituciones se decide en los apartados de los partidos políticos, es ahí donde hay que estar,
Así que señoras mías, no les queda más remedio que abrir los ojos y desarrollar un instinto de supervivencia que, aunque les puede resultar incómodo al principio, es el único remedio efectivo para esta enfermedad mortal social que se llama machismo.