Los cochinos y su pandemia
Los cochinos y su pandemia
"Morir por culpa de un bocadillo de chorizo ya sería el colmo"
Lo bueno de los animales es que ni hablan ni protestan ni se ofenden, así que podemos colgarles el muerto tranquilamente sin temor de que nos contradigan. Antes de conocer que había sido el error de un laboratorio, todos dimos por buena la versión según la cual el Covid se propagó por culpa de un pangolín, animal del que, por cierto, yo no había oído hablar en mi vida.
Un pangolín que vivía tan tranquilo en la lejana China, se convirtió en el máximo responsable de una pandemia que se llevó por delante a centenares de miles de vidas humanas. Y claro, como los pangolines no están ni sindicados ni organizados en asociaciones, no tenían ningún representante que saliera a defender al pobre bicho, así que todos nos creímos esta versión y el animal cargó con toda la culpa.
Me huelo que lo mismo está ocurriendo con la peste porcina. La versión de que un jabalí se zampó un bocata de embutido que encontró tirado y a partir de ahí se propagó la enfermedad entre los cerdos catalanes, me huele a un nuevo pangolín. Un bocadillo, nos precisaron, que había pertenecido a algún extranjero, supongo que eso lo dedujeron porque no era de pa amb tomàquet, como correspondería a todo catalán de bien a la hora de la merienda.
Los jabalíes, igual que los pangolines, carecen de representante legítimo que los defienda, así que uno de ellos -se desconoce por el momento su identidad- ha cargado con la culpa de esta nueva epidemia que, si bien no pone en peligro la vida humana, provocará millonarias pérdidas en el sector porcino catalán. Más vale que el presunto culpable se mantenga discretamente en el anonimato, o capaces serán de exigirle responsabilidades económicas, por muy jabalí que sea.
Como los ciudadanos nos tragamos todo lo que nos cuenten desde la administración, nos creímos a pies juntillas el cuento del pangolín, y tenemos que creernos ahora que un jabalí comiéndose un bocata de mortadela -mortadela extranjera, cabe insistir, para dejar claro que la culpa no es de los catalanes- está contagiando la peste a sus hermanos y, ya de paso, también a sus primos los cerdos, que tenían todavía menos culpa.
El problema es que la realidad acaba siempre por imponerse a nuestros deseos, y ya empieza a haber sospechas que la peste porcina puede haber salido de un laboratorio, tal vez -horror de horrores- catalán. Con lo bonito que sería culpa a pangolines y jabalíes -mañana tal vez a los ruiseñores- de todo lo que le ocurra al mundo (ya ha habido intentos de culpar del efecto invernadero a los pedos de las vacas).
Da igual. Sea la peste porcina culpa de un bocadillo, sea culpa de una nueva fuga de un laboratorio, no se debe de hacer broma con una tragedia que puede diezmar la población porcuna, hay líneas que se pueden cruzar. Imagino lo mal que se lo deben de estar pasando los gorrinos catalanes en estas fechas, más o menos como los humanos durante nuestra propia pandemia, teniendo cada día noticia de cuantos puercos han muerto en las últimas horas – a menudo algún familiar- y acudiendo dentro de poco a los supermercados para hacer acopio de papel higiénico, en mucha mayor cantidad de lo que lo hicieron los humanos, porque a ellos les encanta zambullirse en la mierda.
No ha de tardar en salir algún congénere más listo que los demás, probablemente del PSOE, a hacer negocio con mascarillas especiales para cochinos. Si tuvieran manos en lugar de patas, cada día a las ocho de la tarde aplaudirían a los veterinarios, en caso de que las pocilgas gozasen de balcón.
Triste destino, el de los gorrinos catalanes. Una cosa es morir en el matadero y verse convertido en morcillas y panceta, que este es su sino, y otra es morir por culpa de una epidemia. A ver si tienen suerte y se confirma la teoría del laboratorio, porque morir por culpa de un bocadillo de chorizo ya sería el colmo.