Juan Antonio Gallo opina sobre el uso de la inteligencia artificial en el trabajo
Me llevo mi IA personal al trabajo. No es tan buena idea
"La tendencia de consumir la propia inteligencia artificial trae riesgos. El más claro es la exposición de datos sensibles o estratégicos, cuando los empleados utilizan IAs ajenas a la empresa y sin supervisión sobre información que se transmite"
El fenómeno de “Bring Your Own AI” (BYOAI) —la costumbre de que los empleados lleven sus propias herramientas tecnológicas de inteligencia artificial al trabajo— está consolidándose a nivel internacional, especialmente en Estados Unidos y algunas economías asiáticas, y ahora empieza a asomar con fuerza en Europa.
Muchísimos trabajadores, un 78% según una encuesta, utilizan su IA propia, lo que significa que el trabajador usa, de forma autónoma y muchas veces invisible para la empresa, sistemas de IA externos como son los asistentes tipo Chat GPT, generadores de contenido, traductores automáticos, analizadores de datos, agentes conversacionales y otros recursos digitales personalizados.
Las cifras hablan de una auténtica revolución silenciosa en España, donde se utiliza la inteligencia artificial en el día a día laboral, muy por encima de otras potencias europeas. El fenómeno responde al empuje de quienes desean optimizar procesos, ganar flexibilidad y resolver problemas cotidianos sin depender de las lentas estrategias institucionales. Me lo comentaba un amigo que está auditando los gastos de un gran fondo de inversión. Según él, y es una persona con muchísima experiencia, estaría muerto sin la IA.
Pero veamos la cara cara B. Todo en esta vida la tiene. Que conste que yo soy un fan de la IA y que considero que no es una moda, sino que viene para quedarse, aunque creo que cambiará en el funcionamiento. La cuestión es que solo el 36% de los empleados se considera suficientemente formado para usar estas herramientas a fondo, y menos de un tercio recibe instrucciones concretas de los equipos directivos sobre cómo y dónde aplicarlas. La brecha entre el entusiasmo de la plantilla y la cautela de los directivos genera tensiones y acelera el fenómeno BYOAI como respuesta espontánea ante la falta de una política clara de las empresas y de la Administración.
¿Pero por qué tanta gente utiliza su propia IA? Fundamentalmente, por la promesa de autonomía. Quien domina su propio arsenal digital puede automatizar informes, agendar citas, traducir textos, detectar patrones, monitorear datos de negocio o incluso diseñar presentaciones con apenas unos clics. La potencia de los sistemas generativos —capaces de crear, sugerir y transformar materiales en segundos— multiplica la productividad y permite sortear muchas de las carencias del software corporativo convencional.
Además, en muchos sectores, la inteligencia artificial se está convirtiendo en un filtro de acceso al empleo. Según otra encuesta, dos de cada tres líderes empresariales ahora consideran imprescindible para contratar que el candidato demuestre habilidades con IA. Creo que no se sabe por parte de las empresas y de la Administración, qué es exactamente la IA. Es como pedir habilidades para encender la luz.
Sin embargo, esta tendencia de consumir la propia IA trae riesgos crecientes. El primero y más claro, aunque la gente no sea muy consciente, es la exposición de datos sensibles o estratégicos, cuando los empleados utilizan IA ajenas a la empresa, o sea la propia, y sin supervisión sobre información que se transmite. Otra consecuencia casi inevitable es la fragmentación del entorno tecnológico, al encontrarse la empresa con decenas de sistemas semiautónomos que no se comunican, dificultando la gobernanza y provocando agujeros de seguridad. En Europa, donde las regulaciones sobre privacidad y uso de datos son especialmente estrictas, este tipo de prácticas puede generar incumplimientos legales graves, deriva en pérdida de propiedad intelectual y puede exponer a la organización a sanciones regulatorias.
La nueva Ley Europea de IA y el brazo ejecutivo comunitario han empezado ya a legislar para que el despliegue de inteligencia artificial en el trabajo se ajuste a los estándares europeos de equidad, transparencia y respeto al trabajador
Pero hay otro problema igual de relevante, que es la desigualdad en la formación. A pesar del ritmo de adopción, la mayoría de los empleados no han recibido capacitación formal, lo que genera dos clases de trabajadores que son los que saben explotar herramientas digitales y los que se quedan rezagados ¿Estamos preparados? Lo cierto es que, en Europa, solo el 8% de las empresas ha implementado políticas eficaces para administrar y aprovechar la inteligencia artificial. Incluso en los países punteros, la integración es muy dispar y el debate sobre cómo garantizar un uso seguro y equitativo está apenas arrancando.
Pero se crea otra desigualdad que hay que tener en cuenta. Las diferencias que se producen entre grandes compañías y pequeñas son notables. Mientras las multinacionales implantan IA de forma estructurada y bajo supervisión, la pequeña empresa y los autónomos recurren a soluciones adaptadas, muchas veces improvisando y sorteando la rigidez de los sistemas informáticos corporativos. El resultado es un escenario variopinto con talento desaprovechado, riesgos casi invisibles y una presión creciente para adaptar la regulación a la nueva realidad.
La IA y el BYOAI no son una moda pasajera, como decía. Es una respuesta espontánea —y en Europa, no sé en el resto del mundo, aún descoordinada— al reto de encontrar el equilibrio entre autonomía individual y seguridad colectiva. Las empresas tendrán que decidir si reprimen, ignoran o canalizan el empuje innovador de sus empleados; y los trabajadores, si prefieren exponerse a los riesgos o seguir esperando a que sus superiores tomen la iniciativa. La clave está en formar, escuchar y regular con inteligencia -que no sea artificial, por favor-, porque la revolución digital en el trabajo ya no tiene vuelta atrás.