Últimamente, se insiste en que la economía española va bien. Sin duda, en términos macro es una verdad incuestionable, atendiendo que en 2024 el PIB creció el 3,2%, un incremento superior al de países como Alemania, Francia e Italia, convirtiéndose en motor de la economía de la eurozona.
Un crecimiento significativo que se mantendrá, según las previsiones, por encima del PIB de la eurozona, que se prevé del 0,9%, mientras que el crecimiento español se estima sea del 2,6%, convirtiéndose en el país europeo cuya economía más crecerá.
Un crecimiento impulsado por el aumento del consumo privado, la inversión, reforzada por los fondos de la UE Next Generation, el turismo y el gasto público.
Un crecimiento que va acompañado del aumento del empleo, que será de alrededor del 2,1% este 2025, según la Comisión Europea (un 1,6% en 2026), comportando una reducción de la tasa de paro hasta el 10,4%, con ligeros aumentos de salarios, y la inflación controlada.
Unos muy buenos datos macroeconómicos que, sin embargo, no deben esconder que la tasa de desempleo es elevada al igual que la dependencia del turismo, y que los salarios son bajos considerando el coste de vida.
El resultado es que mucha gente no percibe esa mejora económica en su vida cotidiana teniendo serias dificultades para llegar a fin de mes (los salarios no crecen al ritmo de los precios), dificultades que se perciben con mayor claridad al plantearse la compra o alquiler de una vivienda, como detalla el Banco de Pagos Internacionales (BiS) cuando explica que “el precio real de la vivienda en España después de descontar la inflación ha aumentado un 42% de media desde 2013 y la renta disponible está estancada”.
En las grandes ciudades, alquilar un piso o comprarlo se ha vuelto inasequible para jóvenes y familias trabajadoras.
La pregunta que debemos hacernos es si realmente la economía va bien atendiendo que el crecimiento no se reparte de forma equitativa y los jubilados, jóvenes precarios, familias monoparentales y parados de larga duración siguen sufriendo; además, trabajar no siempre garantiza salir de la pobreza.
Algunos datos evidencian la divergencia entre macro y microeconomía: la pobreza infantil llega al 30%, la tasa de paro juvenil se sitúa alrededor del 27% (la segunda más alta de Europa), un problema de acceso al mercado laboral que también sufren los mayores de 50 años, sin olvidar que, si bien la inflación está controlada en productos básicos de alimentación, la energía tiene incrementos muy superiores.
En este contexto de aumento de precios de consumo, también deberíamos preguntarnos, atendiendo que es una herramienta crucial de los gobiernos, empresas y consumidores para tomar decisiones, si realmente el IPC es correcto en la actualidad atendiendo que no incorpora la medición del precio de la vivienda en propiedad ni los nuevos bienes hasta que se efectúe una actualización en la cesta de productos.
La economía macro va bien, pero la micro no tanto, o en algunos ecosistemas va mal. Ello me conduce a afirmar que los indicadores clásicos como el crecimiento del PIB, la tasa de desempleo, la inflación o el nivel de déficit público ya no reflejan con precisión el bienestar real de la sociedad.
Cada vez es más evidente que no dibujan adecuadamente la realidad social ni el bienestar de la ciudadanía. Se puede tener un crecimiento sólido del PIB y aumentan la desigualdad, la precariedad laboral o el deterioro ambiental. Puede reducirse la tasa de paro, pero los nuevos empleos son inestables, mal remunerados o temporales.
La inflación puede estar controlada, pero el precio de la vivienda, la energía o la alimentación puede seguir castigando a las familias en su vida cotidiana. Además, en un contexto de crisis climática, envejecimiento poblacional y transformación tecnológica, necesitamos mirar más allá de los indicadores clásicos.
Para afirmar que la economía va bien además del PIB, la inflación y tasa de paro necesitamos adicionalmente indicadores que midan, entre otros, aspectos como el acceso a una vivienda digna, la calidad del empleo, la huella ecológica del crecimiento, la distribución de la riqueza, el tiempo disponible para la vida personal en todos los aspectos, la retención del talento, la valoración del avance científico y la salud mental y emocional de la población.
Soy de los que creen que, si seguimos evaluando el progreso en la sociedad actual con reglas analógicas, no resolveremos los desafíos del siglo XXI. La economía debe ser una herramienta al servicio de las personas y del planeta. Para lograrlo, necesitamos indicadores que midan la realidad y los retos existentes evitando que los árboles no nos dejen ver el bosque.