Dos años después de asumir la alcaldía, Jaume Collboni ha transformado la fragilidad de su gobierno en minoría en un ejercicio de virtuosismo político. Con solo 10 concejales de 41, su investidura, lograda mediante el insólito apoyo en Comú y el PP para desbancar a Xavier Trias, auguraba un mandato inestable.
Sin embargo, Collboni se ha afianzado como alcalde gracias a un pragmatismo calculado y una habilidad negociadora que le han permitido avanzar sin depender de nadie en un pleno fragmentado.
No obstante, su liderazgo enfrenta un desafío creciente: la pinza táctica entre Junts y Comú, que, desde flancos opuestos, buscan debilitarlo mediante bloqueos presupuestarios y mociones de reprobación. Este “arte de gobernar sin mayorías” define su gestión, pero la presión opositora pone a prueba su capacidad para mantener en positivo la narrativa sobre su alcaldía.
Collboni ha convertido su debilidad numérica en una fortaleza relativa, sorteando la falta de una mayoría estable con acuerdos puntuales. Aunque los presupuestos de 2025 no se aprobaron, forzando una prórroga de las cuentas, el alcalde ha mantenido la operatividad municipal.
La reciente remodelación del gobierno, con una nueva tenencia de alcaldía para políticas sociales y el refuerzo de Jordi Valls en vivienda, proyecta una imagen de estabilidad, a pesar de las limitaciones impuestas por la prórroga.
En la gestión, Collboni ha priorizado demandas ciudadanas. El Pla Endreça, con 200 nuevos agentes de la Guardia Urbana y un aumento del 15% en el presupuesto de limpieza, ha reducido los delitos menores en un 12%, según los barómetros municipales de primavera de 2025.
En vivienda, la eliminación de 10 mil licencias de pisos turísticos para 2028 y la declaración de Barcelona como zona tensionada, que ha rebajado los alquileres un 5,4%, son medidas audaces, aunque criticadas por colectivos vecinales que exigen más vivienda pública.
El principal desafío para Collboni es la pinza entre Junts y Barcelona en Comú, una alianza antinatura de conveniencia que solo busca desgastarlo, acusándolo de no querer pactar con nadie. Esta estrategia se ha materializado no solo en el bloqueo de los presupuestos de 2025, sino también en mociones de reprobación presentadas por ambos grupos en el pleno municipal.
Junts centra su ofensiva en cuestionar el modelo de ciudad de Collboni, acusándolo de supeditar Barcelona a los intereses del PSC. Ha exigido cambios en políticas urbanísticas, como la revisión del carril bici de Via Augusta o la paralización de los ecochaflanes, y ha condicionado cualquier apoyo a un compromiso con la identidad catalana.
Los comunes, por su parte, presionan por un giro izquierdista, demandando medidas como la eliminación de terminales de cruceros en el Puerto de Barcelona o la creación de una funeraria pública. El bloqueo presupuestario refleja esta estrategia conjunta, que obliga a Collboni a negociar modificaciones de crédito puntuales para financiar proyectos como la conexión del tranvía o la reforma de la Meridiana.
La pinza es una alianza oportunista para cambiar la narrativa de la legislatura, como se evidenció el viernes pasado en la reprobación al alcalde, con el fin de que no se afiance el clima de estabilidad que se respira en la ciudad.
Junts aspira a recuperar la alcaldía para el espacio postconvergente, mientras que los comunes buscan reflotar su influencia en el electorado progresista. Esta dinámica complica la relación con ERC, el “socio preferente” que, tras rechazar entrar en el gobierno municipal en 2024, en realidad medio gobierna con Collboni.
Finalmente, la crisis abierta en el PSOE por la corrupción de José Luis Ábalos y Santos Cerdán abre la incógnita sobre cómo acabará influyendo en 2027 si Pedro Sánchez no convoca antes elecciones generales. Con las municipales ya en el horizonte, Collboni se mantiene como un equilibrista. Su pragmatismo le ha permitido capear el temporal, apoyado por una ciudadanía que valora los avances en limpieza y seguridad, aunque exige soluciones a la masificación turística y la escasez de viviendas.
La pinza de Junts y Comuns representa un desafío estratégico y comunicativo, pero también una oportunidad para demostrar que su “arte de gobernar sin mayorías” puede resistir la presión y afianzar su liderazgo.