La sociedad contemporánea, siempre al borde de la calamidad, nos ha impuesto un nuevo objeto de culto parecido al papel de water: la mochila de emergencia para sobrevivir 72 horas a una guerra o emergencia. No cualquier mochila, claro, sino una meticulosamente diseñada para garantizar que la experiencia del apocalipsis –sea en forma de terremoto, guerra, apagón o colapso social– sea lo más civilizada posible. Porque, convengamos, ¿qué sería de un desastre sin una pizca de elegancia?

Ahora bien, el arte de la subsistencia no es para improvisados. Tengo un amigo, José Manuel, que dice que para hacer una guerra hace falta pasta y más para conquistar territorios. Y no le falta razón. La posible guerra no vendrá de Rusia, quien en su caso nos lanzará una bomba nuclear y no habrá mochila que valga, sinó de Marruecos o algo parecido.

¿Nos va a invadir Rusia, que no ha podido ganar la guerra a Ucrania en tres años ya? La mochila no será para la guerra. No sirve de mucho según lo planteado sino para una posible catástrofe natural o tecnológica. El Estado, siempre atento a nuestro bienestar (y, por supuesto, al mantenimiento del orden), nos ilumina con sus sabios consejos. Nos insta a preparar una bolsa con todo lo necesario para tres días de autosuficiencia, que no es sino una manera eufemística de decir: “Querido ciudadano, en caso de crisis, no molestes en las primeras 72 horas. Ya veremos si después tenemos tiempo para ti”. En la DANA, justo al lado de Valencia, hemos visto que, sin duda, las emergencias llegan a los tres días como mucho. Nótese la ironía.

Veamos con detalle el contenido de esta reliquia moderna, que algún día será expuesta en un museo de la civilización occidental junto a las máscaras de gas de la Guerra Fría y las latas de conserva de la paranoia nuclear. Lo he visto en Tik Tok, donde hay vídeos muy ilustrativos:

El protocolo sugiere un suministro de agua de tres litros por persona y día. Es decir, una garrafita digna de picnic con la que podremos elegir entre beber, cocinar o lavarse los dientes, porque aspirar a todo a la vez sería francamente pretencioso. Una familia típica de cuatro personas tiene que cargar con 36 kilos de agua. Casi nada. Muy útil para salir corriendo.

En cuanto a la gastronomía del desastre, nos recomiendan alimentos no perecederos, fáciles de preparar y con un elevado valor energético. En otras palabras, galletas de barco, barritas energéticas y, para los más sofisticados, una lata de fabada Litoral que sólo podrá abrirse si uno ha tenido la brillante idea de incluir un abrelatas. Un consejo de sibarita: no olvide una pizca de sal y un chorrito de aceite de oliva, para no renunciar a la dignidad en plena debacle.

También vemos cómo se produce una nostalgia analógica. En la era de la inteligencia artificial, los coches eléctricos y los teléfonos que leen el pensamiento, el kit de emergencia nos devuelve a los placeres de la radio a pilas. Porque, cuando el caos reine, la única voz de la civilización será la de un locutor estoico, informándonos de que todo está bajo control (aunque claramente no lo esté). Esto lo he aprendido en vídeos coreanos que hay en Youtube.

La linterna, por su parte, nos permitirá explorar con gran dramatismo las ruinas de la modernidad, aunque con el detalle técnico de que, si no tenemos pilas de repuesto, nos veremos reducidos a la ancestral práctica de maldecir en la oscuridad.

También uno se ha de olvidar del botiquín. El contenido estándar del botiquín suele incluir gasas, tiritas y un paracetamol, lo que será de gran ayuda si nos cortamos con una hoja de papel o tenemos una leve cefalea. Para todo lo demás –fracturas, infecciones, crisis nerviosas–, bastará con respirar hondo y recordar que la resiliencia es la gran virtud del siglo XXI. Incluso nos pueden dar una subvención por ser resilientes. Ah, que no se nos olvide poner alguna mascarilla. Y que conste en acta que soy un ferviente defensor de ellas. Todavía me quedan en casa como para parar un tren.

Tampoco hay que olvidar que, en plena crisis, lo primero que querrá hacer el ciudadano ilustrado será presentar su DNI y su cartilla de vacunación al derrumbe generalizado del sistema. Más intrigante aún es la sugerencia de llevar dinero en efectivo, lo que implica que, en el colapso total, aún habrá alguien dispuesto a darnos un poco de pan a cambio de un billete de 20 euros. Una fe conmovedora en la naturaleza humana.

En Tik Tok también he visto que hay que poner los títulos (y meterlos en la mochila llena) en un portadocumentos estanco e ignífugo. O uno huye del país, o ha reventado internet, o no sé si sería mejor un pen drive o guardarlos tal vez en la nube. Bueno, eso queda al libre albedrío de cada uno, tanto el ver cómo los guarda o si serían necesarios, y no se podría obtener copia, en un mundo apocalíptico.

Otras cosas que he visto es que nada grita "sofisticación" como envolverse en una manta plateada de supervivencia, ese accesorio que nos hará parecer astronautas varados en la desdicha. Junto a ello, ropa de abrigo, porque –como bien saben los dioses de la catástrofe– toda calamidad trae consigo una bajada de temperatura que ni en los peores inviernos de Tolstói. A mi no me vale con el saco de dormir que dicen hay que meter en la mochila. Recordemos que uno bueno no cabe.

No olvidemos tampoco un silbato, porque si algo hemos aprendido del cine de catástrofes es que los rescatistas siempre buscan primero a quien hace más ruido. Y una navaja multiusos, con la esperanza de que algún día sepamos usarla para algo más que abrir una lata con torpeza. Mi amigo Martin, alemán él, dice que la navaja multiusos es la quintaesencia de la vida y, para lo que sea, hay que llevar una encima siempre.

Así es, estimado lector: si usted tiene a bien preparar su mochila con todos estos elementos, podrá enfrentarse al caos con la tranquilidad de quien sabe que, al menos durante 72 horas, podrá vivir con cierta dignidad. Y hacer pesas.

Claro está, tras ese plazo, lo que ocurra es ya un misterio digno de la filosofía existencialista. Pero, por favor, no nos pongamos dramáticos: confíe en que, para cuando su ración de galletas expire, alguien –probablemente con una mochila más grande– vendrá a solucionarlo. En X he leído que, si no quieres que te quiten la comida, pongas brócoli, coliflor, etcétera, y entonces nadie te la quitará.

Y si no… bueno, siempre nos quedará la radio a pilas para escuchar el ocaso de la civilización con el debido decoro.