El martes por la noche me encontré con un amigo de mi hermano que hacía por lo menos seis años que no veía, y enseguida me di cuenta de que, más allá del corte de pelo y del fino y bien recortado bigotito que asomaba bajo su nariz, había algo que se me escapaba de su nuevo aspecto.
Tuvieron que pasar unos minutos para darme cuenta de lo que era: su boca, su boca había cambiado. Aquellos dientes, tan relucientes, blancos y bien alineados, no me sonaban.
"Seguro que se los ha operado", me dije, reconectando con la que viene siendo mi obsesión desde que empecé a ver la tercera temporada de The White Lotus: que todos los actores y actrices lucen unos dientes perfectos –demasiado grandes, para mi gusto– que a mí me producen cierto rechazo, porque noto de lejos que son falsos.
Estas dentaduras perfectas son el resultado de un tratamiento estético nada económico llamado “ponerse carillas”, que consiste en colocar finas láminas de porcelana (o composite) sobre la parte frontal de los dientes para mejorar su imagen externa, logrando el efecto “sonrisa Hollywood”.
El único personaje de la tercera temporada de The White Lotus que aparece con su dentadura auténtica es Chelsea, encarnada por la actriz británica Aimee Lou Wood, dueña de unas palas superiores grandes y salientes que, en medio de tanta sonrisa perfecta, logran llamar la atención.
El suplemento SModa de El País aseguraba hace poco que la actriz, tras conseguir el papel de The White Lotus, “recibe cada día cientos mensajes de fans que comentan con emoción lo bien que se sienten al ver que alguien tiene una dentadura como las suyas y que al ir a clase, en lugar de recibir apodos como “dientes de conejo”, ahora son alabados por tener “una sonrisa como la de Aimee”.
Mientras indagaba en el fascinante mundo de los tratamientos estético-dentales, me acordé entonces de una exnovia de mi hermano, que un buen día apareció en un evento familiar con unos dientes que parecían las típicas tabletas de Chiclets.
"¿Qué te ha pasado en la boca, te han sacado una muela?", le pregunté, ingenua de mí, sin saber que el cambio de expresión en su boca y mandíbula, ahora más grande y cuadrada, era resultado de haberse puesto carillas (de dudosa calidad).
Teniendo en cuenta que se lo hizo hace casi diez años, podría decir que la ex de mi hermano fue pionera en una moda que ahora se extiende por todas partes, igual que el Invisalign, el popular corrector dental que mi dentista insiste en venderme cada vez que voy a hacerme la revisión anual.
El tratamiento, que cuesta mínimo 4.000 euros, sirve para alinear la posición de los dientes, lo que en mí se traduciría en corregir mis colmillos superiores, que siempre han estado ligeramente inclinados hacia dentro, dándome un aire un poco infantil.
No voy a caer en la trampa. No pienso corregir mis colmillos, forman parte de mi personalidad, igual que mi nariz aguileña o mis arrugas en los ojos, en la frente y en el mentón.
¿Quién seré, con una dentadura perfecta? Instagram y las redes sociales han conseguido que los rostros retocados con bótox, las narices pequeñas y las dentaduras falsas y relucientes estén a la orden del día, pero algún día volveremos todos a ser normales y aceptaremos que la belleza está en la diferencia y que, por mucho que lo intentes, no volverás a ser joven (teñirse las canas no cuenta, je je).