El pasado viernes, compartí debate con dos economistas y un ingeniero sobre el significativo crecimiento del PIB español, alrededor del 3%, en contraste con el crecimiento de la Unión, que lo hace a un ritmo del 0,9%.
Contextualizándolo en un doble hecho, el primero es el importante incremento de la deuda que puede limitar la capacidad de invertir en áreas clave como la educación, la sanidad o la competitividad industrial, afectando al bienestar y, el segundo, en la pérdida de peso de la industria, la cual aporta el 15,2% al PIB, siete décimas menos que en 2023 (en Alemania, la industria aporta el 23,1%).
La pérdida de peso de la industria respecto a sectores que aportan menor valor añadido no debería quedar escondida frente al notorio incremento de PIB, atendiendo que nos encontramos con un crecimiento no sólido que permita afrontar los periodos de no bonanza económica.
La conversación evolucionó hacia la necesidad de potenciar el sector industrial, priorizando las actuaciones para reducir la paradoja europea y convertir el avance técnico-científico en progreso económico y social mediante la innovación.
Y, todo ello, para mantener el Estado del bienestar, atendiendo que este se basa en la capacidad de generar riqueza, asegurando el presente y un futuro próspero para las próximas generaciones.
Coincidimos en que tanto España como la Unión debería priorizar la industria apoyándose en la innovación.
Deben articular un ecosistema capaz de generar riqueza para hacer posibles retribuciones adecuadas para los profesionales y trabajadores, permitiéndoles cubrir tanto las necesidades presentes, como progresar y afrontar retos futuros y a la vez aportar al Estado recursos suficientes para invertir en infraestructuras, educación, sanidad, investigación, innovación y ayudas sociales.
Al concluir la reunión tuve una sensación inquietante, y sigo teniéndola, que en algunas partes de Europa seguimos viviendo en una realidad paralela que va mucho más lenta que el mundo real.
Los mensajes y las noticias que nos llegan a través de la prensa apuntan a retornos de un pasado doloroso, ruinoso y falto de humanismo, también a la pérdida de importancia de los derechos humanos y a un retroceso en las políticas y compromisos establecido en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), adoptados por las Naciones Unidas en 2015 para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y garantizar que en 2030 todas las personas disfruten de prosperidad y paz.
Lo cierto es que mientras la innovación y el progreso avanzan a ritmos vertiginosos en otras regiones, a menudo en diversos países de la Unión nos encontramos atrapados en discursos y burocracias de antaño.
Ante este escenario, es preciso actuar con determinación: reduciendo el desequilibrio financiero; mejorando el sistema productivo; reduciendo el gasto público gracias a mejorar la eficiencia; optimizando el uso de la tecnología y los modelos organizativos; promoviendo la innovación como herramienta central de progreso; lograr un alto nivel de autonomía tecnológica y reducir la dependencia exterior; eliminar la burocracia con una Administración eficiente; priorizar la inversión, para potenciar la dotación de talento, y el Estado del bienestar; reivindicar la importancia de la memoria histórica para evitar repetir los errores del pasado; y exigir responsabilidad política y social para defender los derechos humanos; reforzar el compromiso con los ODS.
El mundo avanza, estamos en una encrucijada de intereses contrapuestos, Europa debe decidir si quiere ser protagonista o quedarse atrás. Una decisión importante sobre la cual los ciudadanos europeos no podemos estar indiferentes ni mirar hacia otro lado.