Si partiésemos de Málaga en un barco rumbo siempre hacia el Este, llegaríamos a Siria, el Levante para los romanos, porque si el confín occidental del Mediterráneo es España, el oriental es Siria. Chipre, miembro de la Unión Europea desde hace 20 años, cuya moneda es el euro desde hace más de 15, está más cerca de Siria (120 kilómetros) que de Grecia (150 km). Pero nos parece lejísimos porque la asociamos, y con razón, con el avispero de Oriente Medio.

Damasco y Alepo, por poner dos ejemplos, son ciudades con toneladas de historia, pero para entender su presente nos tenemos que remontar a comienzos del siglo XX, cuando se independizó del imperio otomano para ser muy pronto protectorado francés.

Tras su independencia, estuvo una época unida a Egipto, formando la República Árabe Unida para, finalmente, iniciar una república personalista, tanto, que la presidencia pasó de padre a hijo, tras la revolución baazista.

Siria fue un país estable hasta el movimiento de la primavera árabe que alteró el orden establecido en todo el norte de África, iniciándose una guerra civil que, tras estar aletargada varios años, ha terminado en menos de dos semanas por la soledad del régimen, al estar sus aliados, Irán y Rusia, ocupados en otras guerras.

Se abre ahora una incógnita enorme. La experiencia nos dice que tras las dictaduras suele venir el caos, y Siria corre el peligro de ser un nuevo Afganistán o Libia, estados fallidos donde las diferentes familias y clanes se hacen fuertes.

Hemos de ser conscientes que en los países islámicos la democracia es una entelequia. Las leyes provienen de Dios, y eso es incompatible con votar. Es un hecho en el que no debemos interferir, porque cuando lo hacemos, la liamos más, como se demostró en el caos posterior a primavera árabe que dio lugar a Daesh. Lo importante es que el que mande sea sensato, pero alguien tiene que mandar.

En Occidente, la religión predominante actualmente es el laicismo untado de un buenismo insoportable que reniega de nuestras raíces. La ausencia de representación española en la reapertura de la catedral de Notre-Dame es un buen ejemplo. Acudieron dignatarios de medio mundo sin importar su credo o religión, pero España tuvo que subrayar su laicismo en el país laico por excelencia, Francia. Y para colmo, el ciudadano argentino Jorge Mario Bergoglio no ha tenido mejor ocurrencia que poner al niño Jesús del Belén del Vaticano encima de una kufiya como la que popularizó el presidente de la OLP, Yasser Arafat, ignorando que Jesús nació, creció y murió como judío y los propios evangelios (Mateo 2.1) lo citan como ”el Rey de los Judíos”.

Para aclararnos, el islam nace con Mahoma, y el Profeta nació en el siglo VII. Cuando nació Jesús, mandaban los romanos en la región que, con el paso de los siglos y una pésima descolonización, hoy llamamos Palestina. No es ni medio normal asumir el relato victimista de una organización terrorista, y menos en el Vaticano. Pero esto es Occidente, una zona del mundo cada vez más perdida por renegar de su historia.

Los judíos califican a los que se alejan de su religión como enemigos de sí mismos. Occidente hace lo imposible, con España a la cabeza, por ser enemigo de sí mismo. España, y eso son datos, fue el país que hizo retroceder tanto al imperio omeya, en nuestra península, como al otomano, en Lepanto. La cultura de occidente le debe muchísimo a España.

En una Siria descabezada, el escenario futuro más probable es el caos, porque tras una dictadura es lo que suele venir, como en Libia o en Afganistán. Y tras el alivio de comprobar que Irán e incluso Rusia están débiles, vamos “gozar” de un nuevo criadero de terroristas. Seguro que cuando el caos se imponga en Siria, habrá refugiados que llegarán a Europa, y entre ellos llegarán terroristas con el único propósito de atentar. Ya pasó, y volverá a pasar.

A los ciudadanos españoles les pedimos 42 datos para alojarse en un hotel, a los damnificados por la DANA les pedimos papeleo para unas ayudas que no llegan. A los inmigrantes ilegales no les preguntamos nada, y los alojamos en hoteles. Eso es España, eso es Europa, donde los alemanes no saben qué hacer con el más de un millón de sirios que acogió Angela Merkel.

Por el contrario Israel se ha apresurado a bombardear silos de armamento, especialmente químico, y a avanzar sus fronteras tomando posiciones estratégicas para su defensa, como el monte Hermón, por donde se le colaban drones iraníes volando bajo.

La caída del régimen sirio es, simplemente, un nuevo foco de desestabilización, ahora ya en el Mediterráneo. No hay nada de lo que alegrarse y sí mucho de lo que preocuparse, incluidos los planes de Turquía. En Europa seguiremos hablando de refugiados y derechos humanos olvidándonos de las más elementales medidas de autoprotección y seguridad.