Gracias a Hollywood todos sabemos mucho de Estados Unidos… o eso creemos.
Conocemos, por ejemplo, la famosa primera frase del preámbulo de su Constitución, donde el pueblo norteamericano declara que busca una "unión más perfecta, establecer justicia, asegurar la tranquilidad interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad".
Siete artículos nada más, con 27 enmiendas, son la base legal de todo un país desde hace casi 240 años, y, a diferencia de lo que ocurre con la nuestra, nadie la demoniza por haber nacido más tarde de cuando se ratificó.
Es esa Constitución la que marca las enormes atribuciones del presidente estadounidense, jefe del Estado, del Ejército y del Gobierno, así como de las dos cámaras legislativas y del Tribunal Supremo, que además de ser la última instancia judicial también ejerce de Tribunal Constitucional.
Todo ese poder estará ahora en manos de Donald John Trump, 45 presidente de los Estados Unidos que ahora será también 47 presidente. Ser presidente en dos mandatos no consecutivos solo ha ocurrido una vez en la historia del país, con Grover Cleveland, quien fue presidente 22 y 24.
Los cerca de 75 millones de votantes estadounidenses que le han otorgado su confianza sabían lo que hacían, entre otras cosas porque es la segunda vez que se la otorgan y, además, sin contar con el aparato del poder.
Pueden decir misa los tertulianos de la opinión sincronizada nacional, es un presidente más que legítimo. Y, sobre todo, lo que deben preguntarse los demócratas es por qué se han quedado en casa unos 10 millones de votantes, pues Trump ha aumentado muy ligeramente el número de votos respecto 2020, pero los demócratas se han hundido. Sin duda, la candidata demócrata no ha sabido conectar con sus votantes potenciales.
Los estadounidenses han preferido un líder fuerte y con mensajes muy simples que la sofisticación de una candidata alejada de la realidad que no ha destacado por ser una gran vicepresidenta. Han dicho no a más impuestos y a más wokismo y han dicho sí a unos Estados Unidos más simples y con menos Estado.
Puede que las soluciones propuestas por Trump no puedan aplicarse, pero las propuestas de Harris probablemente crearían más problemas que soluciones en caso de llevarse a la práctica.
El Partido Demócrata lleva años sumido en una crisis de identidad, como demuestra el intento de renovación de un Biden ya demasiado mayor y de la carencia de candidatos alternativos. Su desconexión con sus votantes naturales es creciente y solo sabe dirigirse a unas élites insuficientes en número y en poder de convicción para movilizar los votos que se necesitan para ganar.
Ni mucho menos se ganan unas elecciones contentando a los votantes más guais, algo que parece ser la misión del legado de Obama. Los errores de Clinton se han multiplicado en la campaña de Harris, evidenciando la carencia de rumbo del Partido Demócrata, que ha perdido hasta el voto latino a pesar del trazo grueso de los comentarios de Trump sobre la inmigración.
No ha ganado el Partido Republicano, ha ganado un personaje que conecta con la mayoría de los estadounidenses y que le perdona todo, desde su influencia al asalto al Capitolio a autoindultarse, algo que seguro veremos pronto. En el fondo tampoco debería extrañarnos tanto cuando vemos normal que destacados miembros de partidos que apoyan a un Gobierno se beneficien de leyes de alivio penal hechas a medida para ellos. Todo está inventado.
Pero si interesante es analizar las razones de la victoria de Trump, más lo es analizar las tonterías que se dicen por estos lares. Seguimos con la insufrible supuesta superioridad moral e incluso intelectual de Europa respecto América, somos grandes seguidores de la reina Victoria, nuestro modelo es el único respetable.
Claro que los tontos norteamericanos cada día viven mejor, lideran el desarrollo tecnológico, cuentan sus premios Nobel por centenares y, además, les pedimos que sean el alguacil del mundo, mientras que Europa solo sabe avanzar en su decadencia e irrelevancia.
Debería llamarnos la atención como Silicon Valley, no solo Elon Musk, se ha rendido a los pies de Trump. Es curioso el aura que rodea a los oligarcas tecnológicos, nos parecen lo mejor porque están detrás de empresas cool. Pero todos ellos se comportan como lo hacían en el pasado los magnates del petróleo o del acero, para ellos el monopolio es la mejor estructura de mercado.
La inteligencia artificial avanzará sin freno y Europa tendrá que decidir entre plegarse a la evidencia de la superioridad tecnológica norteamericana y la china y quedarse cada día más atrás.
La elección de un nuevo presidente de EEUU tiene influencia global. Es muy probable que llegue la paz a Ucrania, a cambio de ceder terreno y soberanía ante una más que previsible falta de apoyo militar, y que el conflicto en Oriente Medio se calme, siendo los países del Golfo los grandes ganadores.
Pero los retos de futuro, con China a la cabeza, no van a ser sencillos y cuatro años pueden ser un simple paréntesis, pues tras Trump las dudas en ambos partidos sobre su futuro son enormes. En cualquier caso, el votante nunca se equivoca, vote lo que vote, en Estados Unidos, en España y en la China comunista el día que voten. Quien ponga en duda la democracia, que proponga un sistema mejor.