Los moralistas prácticos de antaño han mutado hoy día en una élite de iluminados que afirman estar en posesión de la verdad. Ahora algunos de estos líderes espirituales justifican su dogma en su autodenominado progresismo, siglos atrás eran menos retorcidos y reconocían sin complejo alguno que su intención era imponer a todos y unilateralmente su moral. En la actualidad, la élite conservadora es la que mejor practica el disimulo y el engaño, la progresista se muestra tal cual es: convencida de que sus razones son únicas y verdaderas. De cualquier modo, ninguna de estas elites duda de su superioridad sobre el común de la ciudadanía.

Una de las muestras de la vigencia de la casposa moral práctica es el manido asunto cristiano de la culpa y el perdón. Ahora es el populismo mexicano el que considera a España o al Estado español -no lo dejó claro en su misiva el presidente López Obrador (AMLO)- culpable de los desastres causados por la colonización de las tierras conquistadas desde 1492. El bueno de AMLO parece asumir una parte proporcional de culpa mexicana por los últimos 200 años ante la persistente explotación y maltrato de la población descendiente de nativos, agravada durante sus seis años al frente de la presidencia de los Estados Unidos de México.

Para el populismo progre de Morena, Sumar, IU, Podemos, ERC, Bildu y BNG ha de ser Felipe VI el que debe pedir disculpas en nombre de España o del Estado español -tampoco lo tienen claro los socios de Sánchez-. Como el Reino de España no existía hace 500 años -diga lo que diga la tribu nacionalcatólica de Vox y demás creyentes del PP-, ¿en nombre de quién ha de pedir perdón Felipe VI?

Siguiendo el razonamiento de los pisarellos de turno, quienes han de expiar su culpa son los descendientes de los súbditos europeos de aquella monarquía hispana de Carlos V. Luego Felipe VI debería haber pedido perdón en nombre de castellanos (vascos incluidos), aragoneses, catalanes, valencianos, navarros holandeses, flamencos, luxemburgueses, tiroleses, croatas, eslovenos, austríacos, franceses esquinados, napolitanos, sicilianos, etc.

Dirá el lector que es una disbauxa hacerlo de ese modo y está en lo cierto. Es un disparate exigir responsabilidades a un Estado -de escaso peso en el concierto internacional- por lo que hizo un imperio hispánico hace 500 años. Ese imperio desapareció casi por completo hace 200 años gracias al buen hacer de las élites criollas que, por cierto, ya gobernaban esos territorios desde mediados del siglo XVI. Los descendientes de esas élites no sólo conservaron el poder en la época contemporánea, sino que además tuvieron la brillante idea de inventarse el indigenismo con el que reivindicar el pasado prehispánico y, de paso, exhibirse también esas élites (Sheinbaum incluida) como víctimas de la avaricia española.

El argumentario de estos nacionalismos populistas se podría desactivar si asumiéramos de una vez por todas que el perdón es anterior a Felipe V, a Carlos V y a los Reyes Católicos. La primera culpa la tuvo el homo sapiens cuando, al parecer, exterminó a los neandertales. Si la ONU tuviera a bien instaurar el día de la culpa del sapiens daríamos por amortizados todos los perdones posteriores, salvo que los criminales y sus aduladores sigan vivitos y coleando, como aún sucede con algunos agentes identitarios de todos los nacionalismos hispanos, por acabar con ejemplos cercanos.