Como suele decirse, ¡vivir para ver! En Alemania, la CDU, el poderoso partido conservador, que según todas las encuestas se encuentra en buena posición para ganar las próximas elecciones al Bundestag, ha rectificado 180º en materia nuclear. En 2011, la cancillera democristiana Angela Merkel sucumbió a la presión de los verdes, tras el accidente de la central japonesa de Fukushima, y apoyó el cierre de todos los reactores nucleares, pese a que eran considerados por el propio Gobierno germano como los más seguros del mundo.

Merkel era doctora en Física, pero eso no le impidió ceder al clima de histeria desatado contra la energía atómica, y optó por remar en favor de sus intereses electorales inmediatos. Los resultados han sido desastrosos para la economía y el medio ambiente, con la quema de carbón a mansalva, y la dependencia del gas ruso. Es un caso digno de estudio y reflexión, y demuestra que Carlo Maria Cipolla estaba muy acertado cuando escribió que la estupidez humana no conoce fronteras y es independiente de los niveles de estudio.

Alemania, la mayoría de su clase política y el conjunto de la sociedad, decidió causarse un daño, y perjudicar al conjunto de la humanidad incrementando la emisión de gases con efecto invernadero, por un dogma de la izquierda ecologista heredado de la guerra fría. Ahora, sin embargo, en el nuevo programa de la CDU se apuesta por construir nuevas centrales de cuarta y quinta generación, investigar en el área de los residuos nucleares, y que Alemania disponga del primer reactor de fusión del mundo. El coste de este viaje de huida y vuelta a la energía atómica es enorme, y no debería ser ignorado en las enseñanzas sobre la transición energética hacia una economía descarbonizada.

Y en Cataluña ¿qué? En el debate de investidura que pronto habrá para elegir al nuevo president de la Generalitat será interesante escuchar cómo afrontan Carles Puigdemont, si es que finalmente decide presentarse, pero sobre todo Salvador Illa, el único candidato con opciones reales de resultar elegido, la realidad atómica de nuestra comunidad, donde el 58% de la energía que consumimos es de origen nuclear, frente a solo el 15% de la generada por fuentes renovables, con datos de 2023.

A principios de junio, la patronal catalana Foment del Treball reclamó alargar la vida de los tres reactores entre un conjunto de 14 medidas porque, argumentaba, la situación energética en Cataluña es muy crítica si se materializa el apagón previsto por el Gobierno de España. Lo que está a punto de suceder en nuestro país solo tiene el precedente de Alemania, pues en el resto del mundo lo que hay es un renacer espectacular de la energía nuclear. 

Por un lado, se está alargando el funcionamiento de muchos reactores, llevando su vida útil hasta los 60 años, lo que aquí permitiría validar la propuesta de Foment o evitar el cierre ya licitado para 2027 y 2028 de los dos reactores de Almaraz. Y, por otro, se están construyendo decenas de nuevas centrales, con una tecnología que sitúa a la nuclear con un altísimo nivel de eficiencia. En paralelo, nada impide seguir avanzando con fuerza en energías renovables, ya que ambas fuentes son complementarias y es el mix (renovables + nuclear) que el mundo necesita para luchar contra el cambio climático.

La Generalitat no puede por sí sola cerrar ni abrir ninguna central nuclear, pero el próximo Govern, si realmente se toma este asunto en serio, debería tener un criterio diferente, propio, y no solo seguir cargando de impuestos a una gallina de huevos de oros a punto de ser sacrificada en el altar de no se sabe muy qué ideología. Muchos esperamos que Salvador Illa, que es un político sensato, se mueva en la buena dirección y de entrada apueste por evitar el cierre de Ascó y Vandellós.