Apunten, amigos: jueves, 30 de mayo del año del Señor de 2024. Otra fecha gloriosa a consignar en el gran libro de efemérides infames de nuestra todavía joven, que no imberbe, democracia. Se reúne la Cámara Baja, el Congreso de los Diputados al completo, para votar, tras su tránsito estéril por el Senado, la ley de amnistía que el Partido Sanchista registró hace algo más de medio año a fin de que Pedro Sánchez pudiera ser investido presidente del Gobierno. Una ley de nombre rimbombante y excesivamente largo –Ley Orgánica de amnistía para la normalización institucional, política y social en Cataluña– que, no obstante, quedará en el recuerdo de todos como la ley Cocomocho, por haber sido dictada, hasta en los puntos y comas, por Carles Puigdemont, el prófugo de Waterloo.
Como era de prever, inmersos como estamos en una etapa de inflamación verbal, la sesión parlamentaria no estuvo exenta de incidencias, insultos, descalificaciones y llamadas al orden por parte de Francina Armengol. Pedro Sánchez evitó aparecer por el hemiciclo durante las intervenciones preliminares, a fin de no desgastarse y acabar de pulir su manicura; descendió envuelto en luz, desde las inaccesibles regiones etéreas en que mora su persona, justo a tiempo de votar y aplaudirse.
Durante la intervención del líder de Vox, Santiago Abascal atizó a Gerardo Pisarello –el diputado de Sumar que resta en todo, pero que vocifera que es un primor–; y el que fuera primer teniente de alcalde de Barcelona le recriminó destemplado, mutando en orco, su foto junto a Benjamín Netanyahu. Buena parte de la sesión fue un lamentable derroche de inmundicia, abucheos y reproches. Artemi Rallo Lombarte –un diputado del Partido Sanchista al que conocen en su casa a las horas de comer– aulló a placer y denostó a los de Abascal tildándolos de filofascistas y filonazis. Deplorable es poco.
Más comedido, pero absolutamente demoledor en su discurso bien hilado, se mostró Alberto Núñez Feijóo. Puso en solfa a los dueños de la máquina del fango y a todos sus adláteres zurdos –“No lo llamen convivencia, no se rían de la gente; (esta ley) es un intercambio de poder por privilegios”–, recordándoles su absoluta felonía –“Ustedes han mentido a los españoles; lo suyo es corrupción política”–; augurándoles escaso recorrido futuro –“No se engañen, la legislatura empieza y puede terminar hoy aquí, con esta ley”–; y felicitando, muy especialmente y de forma directa, a Míriam Nogueras –“Hoy, señora Nogueras, es el día de su victoria; el día en que el 1,6% de los españoles ha ganado al resto gracias a la ambición de un solo hombre”–.
El líder popular concluyó con una infructuosa llamada a la cordura perdida por los socialistas –“Si tan buena es esta ley inclúyanla en su programa electoral y convoquen a la gente, convoquen elecciones, y veamos qué opinan todos los españoles”–, y con un fúnebre augurio –“Hoy hemos asistido al acta de defunción del Partido Socialista Obrero Español”– que borró la sorna de los labios de María Jesús Montero, Yolanda Díaz y Félix Bolaños de un plumazo.
Durante la votación de la ley, por citación, y desde la bancada fascista de la Internacional Ultraderechista, resonaron extemporáneos gritos de “traidores” y “corruptos” así iban siendo llamados a emitir voto los principales ministros del Gobierno. El resultado final ya lo conocen ustedes: 177 votos a favor –en ausencia de una diputada de Podemos–, 172 en contra y ninguna abstención.
De este modo, a día 30 de mayo del año del Señor de 2024, a los muchos títulos honoríficos que ya acumula en su haber Pedro Sánchez –apodado Pedro el Progresista, Pedro el Indultador, Pedro el Pacificador de Cataluña, Pedro el Reflexivo, Pedro el Amante– nuestro caudillo podrá añadir a su lista el más deseable de todos los calificativos: Pedro el Bautista.
No se rían, porque esto es muy serio. Si traigo a colación –obviamente en términos metafóricos– el sacramento del Bautismo, es porque entre los beneficiarios de esta ley hay mucho católico de los de golpe en pecho, mucho beato fervoroso, aunque eso sí: de los de a Dios rogando (los domingos y fiestas de guardar) y con el mazo dando al prójimo (el resto de la semana).
Como indeseable émulo de Juan el Bautista, Pedro Sánchez, con esta ley de amnistía ad hoc, sumerge a todos los golpistas, delincuentes, prevaricadores y malversadores que en el procés han sido, en bendita y pura agua bautismal, en un baño de regeneración y renovación del Espíritu Santo (Democrático) que obra milagros. De este modo, bien empapados en las aguas traídas desde el Jordán renacerán convertidos en seres de luz –eso cree el felón monclovita– todos cuantos fueron unos cafres, unos indecentes y unos totalitarios de tomo y lomo desde el Llobregat hasta el mar.
Los sediciosos saldrán de semejante baño purificador –se repite en su fuero interno Pedro el Bautista a fin de acallar la ínfima conciencia que le habita– como criaturas inocentes, como felices neonatos dispuestos a besar la bandera de España, la ley, el orden y la Constitución; deseando abrazar al primer murciano o extremeño que les salga al paso; y hambrientos, tremendamente hambrientos. Especialmente Oriol Junqueras. Tras el chapuzón todos sin excepción reclamarán, fijo que sí, unas morcillas de Burgos, unas migas aragonesas, un cochinillo de Salamanca o una fabada asturiana. Y tras el atiborre correrá el vino a raudales y bailarán rumbas de Peret y de Gato Pérez y cantarán el Que viva España de Manolo Escobar.
Imposible, ¿verdad? A esta tropa de ceballuts no la recupera para la democracia ni Dios.
Asegura Félix Bolaños que la amnistía, como sacramento bautismal de renacimiento democrático, beneficiará y devolverá a la senda del bien común a no menos de 372 encausados. Los de ERC y Òmnium Cultural le corrigen y dicen que serán, si sumamos a los encausados por terrorismo callejero de baja intensidad –acusados de arrojar adoquines y piedras, cortar vías férreas y carreteras, o quemar algún contenedor y, de paso, chamuscar a algún policía– no menos de 1.500 o 1.600 los recuperados para la convivencia y la paz social.
Transcurridas 24 horas desde la aprobación de la ley de amnistía en el Congreso –y agotada la cuota de humor con la que siempre intento transmitir mi opinión– permítanme que les diga que esto no pinta bien en absoluto. La ley no se publicará en el BOE hasta pasadas las elecciones europeas y la apertura del Parlament de Cataluña un día después. El nacionalismo sabe que tiene agarrado a Sánchez por las gónadas. Aquí no hay paz que valga; ni gratitud ni concordia ni propósito de enmienda.
Míriam Nogueras sigue manteniendo que esto es un conflicto de siglos entre naciones soberanas y que por cada ley que Sánchez quiera aprobar deberá pagar un elevado precio. Gabriel Rufián anuncia que el “régimen del 78” ha quedado tocado y hundido y que la próxima estación es un referéndum pactado. Oriol Junqueras apostilla que los catalanes votarán su futuro. Y Carles Puigdemont insiste en que el presidente será él. El independentismo ya se está repartiendo la Mesa del Parlament.
Salvador Illa lo tiene crudo. Sánchez lo tiene crudo. Su absoluta abyección moral y su servilismo no han servido ni servirán para nada. Junts, ERC, la CUP y Aliança Catalana formarán coalición. Y Sánchez no puede pretender que Alejandro Fernández y Feijóo, con altura de miras, en aras del bien común, le saquen las castañas del fuego. O sacrifica a Illa y cede ante Puigdemont o se acabó el carbón.
El Poder Judicial es, ahora mismo, la última línea de defensa de un Estado de derecho pisoteado, la última trinchera de una democracia ultrajada por la tropelía perpetrada por un déspota amoral y una horda de inconscientes. Ya se alzan voces de jueces, fiscales, catedráticos, analistas políticos y periodistas diciendo que la amnistía no tiene recorrido, que muchos de los principales encausados no podrán beneficiarse de esta ley. Isabel Díaz Ayuso y todos los barones al frente de las comunidades gobernadas por el PP van a interponer recurso ante el Tribunal Constitucional. Y hace muy pocas horas se ha sumado a la iniciativa Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha. Si no se retracta, el cisma en el PSOE está servido. Esto no ha hecho más que empezar.
Vienen curvas, semanas muy complicadas. Y no es en absoluto descartable que acabemos votando de nuevo en sendas convocatorias electorales, en Cataluña y en España. Sean felices, no se enfaden ni pierdan su buen humor.