El martes me tocó presentar mi nueva novela, Sols, en la Casa del Llibre del paseo de Gràcia, un espacio grande que no sabía si lograría llenar de gente, y los días anteriores estuve muy, pero que muy nerviosa, hasta el punto de desear por dentro que algún imprevisto me obligase a cancelar el acto.

“Intenta quitarle importancia. Piensa que no vas a presentar el lanzamiento de un cohete a la Luna, donde los astronautas podrían morir si explota, en plan Challenger”, me dijo un amigo con intención de tranquilizarme. Sus sabias palabras no hicieron efecto alguno a la hora de reducir la bola que me apretaba el estómago y me mantenía en un permanente estado ansioso, pero se lo agradecí igualmente. 

“Siempre he odiado ser el centro de atención”, le respondí. Por eso siempre me he escaqueado de organizar fiestas de cumpleaños, cenas de grupo o presentaciones de cualquier tipo. Una boda me daría pánico. “Igual es miedo al fracaso”, añadí. Miedo a que no venga nadie, a que mis amigos no se avengan, a que el ambiente sea frío y distante, a que se aburran. O tal vez sea timidez, o síndrome de la impostora.

No lo sé, a estas alturas ya paso de autoanalizarme, pero estoy convencida de que la humanidad puede dividirse entre los que disfrutan organizando fiestas, cenas y eventos varios y los que no. Y que estos últimos, entre ellos yo, deberíamos estar eternamente agradecidos a los primeros, porque sin ellos no tendríamos vida social ni cultural de ningún tipo, no habría fiestas, ni charlas ni conferencias, y seríamos aún más aburridos e ignorantes de lo normal.

Ignoro si tiene alguna relación directa con lo arriba expuesto, pero la humanidad también podría dividirse entre los que saben comerse un bocadillo/kebab/taco/burrito sin mancharse las manos y la cara y los que no. Está claro que yo pertenezco a los que comen, y seguirán comiendo, mal. ¿Por qué tengo que acabar siempre con los dedos pringados de mayonesa y la barbilla aceitosa cuando me como un club sándwich, o con mi zona de mantel cubierta de migas y manchas de salsa? Mi padre se desespera. Mis parejas hacen ver que no lo ven.

Al tratarse de un tema que me preocupa, decidí tratarlo en mi novela. ¿Es grave llegar a los 40 sin saber comer sin mancharse? Lo bueno de escribir ficción es que te permite observar la realidad –tu realidad– desde la distancia, como si tu propia vida fuera una película, y darte cuenta de que tus problemas son en realidad los problemas de la mayoría. ¿Es grave llegar a los 40 sin trabajo o pareja estable, sin hijos o casa propia?

Escribiendo el libro me di cuenta de que aceptarse a uno mismo y dejar de frustrarse por lo que no se tiene es quizás la única forma de superar la maldita crisis de los 40. Mirar atrás y decirte: “Bueno, hasta aquí hemos llegado, y no lo he hecho tan mal”, en lugar de sentirte frustrado. Suena un poco conformista, es verdad, pero funciona.