Si un observador extranjero leyera sin más contexto los datos de las elecciones autonómicas catalanas de 2021 y de las vascas del pasado domingo, creería que ambas comunidades caminan con paso firme hacia la secesión. Y, sin embargo, nada más lejos de la realidad.
Recordemos que, hace tres años, los titulares en prensa subrayaban que el independentismo, pese a la victoria en votos del PSC, había reforzado su mayoría absoluta en el Parlament, con 74 diputados, y que los votos que habían ido a opciones declaradamente secesionistas sumaban el 51,3% de los sufragios emitidos. Por primera vez, ¡victoria en votos!, exclamaron los medios soberanistas, escondiendo que lo habían logrado gracias a la participación más baja de la historia.
Durante las semanas siguientes, los sectores radicales como la ANC llamaron a ERC, Junts y CUP a implementar el "mandato del 1 de octubre", a proclamar nuevamente la república catalana, etcétera. Pero la investidura de Pere Aragonès salió adelante in extremis, casi a punto de la repetición electoral, y la unidad independentista duró muy poco.
ERC ha acabado la legislatura gobernando en solitario, con el apoyo en los presupuestos del PSC. La mayoría separatista no ha servido para nada y, mucho menos, su circunstancial victoria en votos. Para 12 de mayo, el sueño húmedo tanto de ERC como de Junts es ganar las elecciones, claro está, sobre todo ganarle al otro la primera plaza en el espacio soberanista, pero para formar Gobierno con el PSC y ser el interlocutor institucional con el Gobierno de Pedro Sánchez.
Otra cosa es que, si Salvador Illa queda primero, como todo parece indicar, a ambos les resulte complicadísimo por cuestiones estéticas investirlo de president. Quien lo hiciera recibiría el apelativo de "vendido" al sucursalismo. Junts está descartada, y en ERC, donde el sector junquerista no se opondría visceralmente a un pacto de gobierno con el PSC (¡vivir para ver!), existen numerosas dudas. Así pues, el sudoku poselectoral va a ser complicadísimo, pero el análisis de fondo no cambia.
En Euskadi, las circunstancias son muy diferentes, afortunadamente para los vascos (y "las vascas", la manía de doblar el género es otra de las cansinas aportaciones del nacionalismo al acervo común, aunque menos inocua que el derecho a decidir, que también tuvo su origen allí). Diferencias aparte entre Cataluña y el País Vasco, la dirección es la misma.
Nunca antes las dos formaciones soberanistas habían recogido tanto apoyo como este pasado domingo, sobrepasan los 2/3 de la Cámara vasca, y una amplia mayoría absoluta en votos, pero el objetivo confeso tanto del PNV como de EH Bildu durante la campaña era pactar con el PSE-PSOE. Con los resultados en la mano, que han sido buenos para las tres fuerzas principales, habrá Gobierno nuevamente de coalición entre gerifaltes y socialistas, sin que los abertzales, que no han logrado ganar las elecciones, pongan en cuestión su apoyo al Gobierno de Madrid.
Paradójicamente, el crecimiento del soberanismo no implica un incremento de la tensión secesionista. A veces, también en política, más es menos. En el País Vasco, más soberanismo parlamentario no equivale a más separatismo sociológico, sino a menos, a menos que nunca, según el euskobarómetro.
Y en Cataluña, aunque todas las formaciones independentistas sumaran mayoría absoluta el 12 de mayo, es improbable que volvieran a unirse para no ir a ningún sitio. Esta descripción no significa que no sigamos teniendo un problema territorial enorme, pero sí una invitación a no caer en el pesimismo, a creer que es solo cuestión de tiempo que el secesionismo consiga el objetivo del referéndum.
La prueba es que, en el País Vasco, con una mayoría soberanista más robusta que nunca, de este asunto no se ha hablado en campaña ni está en la agenda política. Y si en Cataluña la cuestión sigue viva es por el guerracivilismo entre ERC y Junts. En el próximo ciclo político catalán, sobre todo si Carles Puigdemont y Oriol Junqueras abandonan la primera línea, es muy probable que asistamos a una lenta extinción u olvido de la exigencia del referéndum, al igual que ya ha sucedido en Quebec, Escocia y País Vasco.