Uno de los temas de conversación favoritos de mi amigo Frank (nombre cambiado), un estadounidense residente en Barcelona desde hace tres años, es el racismo en España. Según Frank (un hombre blanco de cuarenta y tantos), en nuestro país tenemos un problema grave con el racismo, pero no lo aceptamos.

Para justificar sus acusaciones, se basa principalmente en el caso de Vinícius Júnior, un jugador negro del Real Madrid que ha sido víctima de horribles insultos racistas desde las gradas. En la madrugada del 26 de enero de 2023, un grupo de ultras del Frente Atlético (seguidores del Atlético de Madrid vinculados con la extrema derecha) llegaron a colgar una muñeca hinchable con la camiseta del jugador en un puente de la salida en la carretera M-11 –emulando su ahorcamiento– y después publicaron las imágenes en las redes sociales, haciéndose estas virales.

“Alguien que tiene el coraje de enfrentarse a amenazas de muerte merece todo mi apoyo. Para mí, Vinícius Jr. es un héroe”, me dijo Frank convencido.

Retratado por la prensa anglosajona como un referente en la lucha contra el racismo en España, Vini ha denunciado públicamente la discriminación que sufre en nuestro país y ha declarado con lágrimas en los ojos que tenemos un problema grave, lo que me ha forzado a mí, y a otros miles de españoles que no seguimos el fútbol y no sabíamos ni siquiera quién es Vinícius Jr., a preguntarnos si realmente somos racistas. “El fútbol reúne lo peor de la sociedad, no es representativo de la realidad, ni siquiera hay mujeres”, repliqué a mi amigo, poniéndome inconscientemente a la defensiva.

Ahora mismo no dispongo de datos suficientes sobre el racismo en España, pero viendo cómo sube Vox, no me cabe duda de que el problema irá a peor. Según el último informe de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA), de 2023, la discriminación racial, acoso y violencia que sufren los afrodescendientes en Europa es preocupante, sea cual sea su país de residencia. Alemania y Finlandia encabezaban el ranking de la FRA; España ocupaba el puesto número 10.

“No entiendo por qué no se sancionan más las conductas racistas en el fútbol”, me dijo Frank, recordándome que el propio Vinícius Jr. declaró hace poco lo siguiente: “Solo tendremos victoria cuando los racistas salgan de los estadios directos a la cárcel, lugar que se merecen”.

Quizás porque estas actitudes han sido siempre toleradas. Según José Luis Pérez Triviño, profesor titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Pompeu Fabra e investigador principal del proyecto Prevención y resolución de conflictos en clubes deportivos: mediación y prácticas restaurativas, la tolerancia hacia los insultos racistas en el fútbol español está ligada a la creencia de que los campos de fútbol “eran ámbitos para que los aficionados pudieran expulsar sus tensiones personales, laborales o de cualquier otro tipo”.

“Los insultos racistas normalmente tienen lugar desde las gradas, por parte de aficionados que se diluyen en la masa, aprovechando la histórica aceptación de que en el estadio de fútbol está permitido llevar a cabo estos comportamientos. Ese privilegio, creen, va incluido en el precio de la entrada”, señala Pérez Triviño en una columna para el El País.

Teniendo en cuenta que la introducción de nuevas normas y protocolos en los estadios no ha conseguido frenar los incidentes racistas, Pérez Triviño propone optar por las llamadas prácticas restaurativas, como ha hecho el Chelsea. Tras varios incidentes con insultos antisemitas, el club inglés organizó un viaje al campo de concentración de Auschwitz, con el fin de que los aficionados empatizaran con el sufrimiento que provocan la xenofobia y el racismo. Una idea brillante.