La convocatoria anticipada de elecciones autonómicas en Cataluña introduce en la coctelera de los comicios varias dudas razonables y alguna inquietud.
Cataluña es la comunidad autónoma sujeta a mayores zigzagueos tras la negativa de los comuns a apoyar los presupuestos pactados previamente por ERC y PSC. Aragonès lanza el órdago de la cita electoral y tres partidos encalan su edificio para tratar de tener opciones para gobernar.
ERC tratará de no ser arrastrada, víctima de su empañada gestión. Junts pretenderá sacar a la calle a su cristo mayor, Puigdemont, para doblegar la hasta ahora superioridad de ERC y tratar de ponerle las cosas difíciles al PSC, y este deberá seguir en Cataluña sobre el alambre con el objetivo de no ser descortés con los independentistas, pero no demasiado para no ofender a su electorado menos manejable tras los derroteros seguidos por la ley de amnistía.
Ante este panorama parecería que el pastel se dirimirá entre las mencionadas ecuaciones, pero las elecciones contarán con una invitada que puede ser molesta, incordiante y determinante. Todos los focos apuntan a Sílvia Orriols, la alcaldesa de Ripoll ultra e independentista, que no tiene miedo a verbalizar cuestiones que generalmente ruborizan al resto de partidos.
El desparpajo ultra indepe sacude de lleno a las estructuras de Junts y de ERC, y en menor medida al PSC. El electorado menos ideologizado de la Cataluña interior, más sensible a los problemas de gestión de los asuntos que les afectan directamente que los partidos convencionales, se fija poco en las siglas cuando desea que se le solventen los problemas derivados de la gestión de la inmigración, cuyo descontrol se ha convertido en una pesadilla en algunos territorios.
La escalada del fenómeno Orriols asusta a los partidos independentistas porque su discurso sin tapujos da salida a determinados problemas por sorprendentes o deleznables que puedan parecer.
El mundo conservador del independentismo puede cambiar parcialmente de cuádriga en estos comicios, lo que lastraría de manera considerable los intereses de ERC y de Junts. ¿Por qué?, se preguntarán ustedes. Muy fácil. Porque los partidos teóricamente menos radicales han tratado de meter debajo de la alfombra el debate de la inmigración, el que marca los derechos y las obligaciones, y que sacude el tradicional buenismo de la sociedad catalana.
La inmigración es necesaria y debe ser respetada. Pero también hay que pedirle la máxima exigencia en el cumplimiento de las leyes para que así no se produzcan abusos. Ni a favor ni en contra de esos colectivos que toman muchas poblaciones de una Cataluña interior que puede propinar un knock out a los partidos con mayor pedigrí.