La Ley de Amnistía se ha aprobado y ha caído la mundial. El líder del PP, Alberto Núñez Feijóoha profetizado el cataclismo, la hecatombe, la ruptura de España of course y ha insinuado la llegada de las siete plagas. La cohorte mediática se ha rasgado las vestiduras y ha proclamado la humillación del Estado de derecho. Mientras, los jueces, agazapados, siguen en su cruzada contra el ejecutivo: primero porque juegan, sin demasiados tapujos, a la política; segundo porque luchan por sus prebendas; y, tercero porque quieren cobrarse una pieza, como sea, tras los revolcones y descalabros en Europa.

Con este escenario, fueron sobreras las declaraciones grandilocuentes del ministro Félix Bolaños que presentaba el acuerdo como “referencia mundial” y traslucía su entusiasmo ante lo que debe considerar un éxito propio... Ni las burradas de Feijóo ni las sandeces de Bolaños, ¡por favor!

La ley se aprobó, por más que le pese a la derecha, a la derechona y a la derecha más extrema, porque la mayoría de la España de izquierdas y la transversal se han impuesto al rancio nacionalismo español que fracasó en la gestión de la revuelta del nacionalismo catalán en 2017 y no quiere que la Ley de Amnistía evidencie su fracaso. No reconocen que la ley también pone en evidencia al nacionalismo catalán que la acepta para “salvar el culo” de unos cuantos, pero que la acepta y acata como síntoma de rendición y de reconocimiento de los errores del procés que ha hecho retroceder al país más de diez años.

La ley se aprobó, pero el camino que queda será arduo y complejo: Tribunal Constitucional, jueces que quieren convertirse en salvadores de la patria, tribunales europeos y una fiera defensa de la España "una, grande y libre" por parte del Partido Popular.

Un PP que recurrió a la Comisión de Venecia y le dieron un bofetón que ahora trata de disimular con el apoyo mediático que sale en tromba en su defensa. El PP ha vuelto a ponerse estupendo y ha bloqueado, de nuevo, la renovación, constitucional dicho sea de paso, de un Consejo General del Poder Judicial que huele a podrido después de cinco años con mandato caducado. Dicen los populares que han bloqueado la reforma por las cesiones en la Ley de Amnistía al independentismo. Digo yo, que si estaban negociando en estos meses es porque les parecía bien la ley que fue rechazada en el pleno, ¿no?

El nacionalismo español ha levantado la bandera de guerra contra todo aquel que defienda una ley que normalizará la vida política catalana, pero también la española. Pero ya saben, contra el enemigo se vive mejor. Por eso, en algunas mentes calenturientas ETA sigue viva y quieren que siga vivo el independentismo más irredento. El mismo modus operandi del nacionalismo catalán que regalaba carnets de buen catalán y títulos de botifler en los años más intensos del procés.

Hemos pasado de la confrontación al diálogo, y encima dentro de la Constitución, pero eso es un insulto para quienes quieren poner de rodillas a los independentistas. Es verdad que no son lo que eran, pero están ahí y no van a desaparecer por mucho que sea el sueño onanista de algunos despachos de Madrid. Hay que vencerlos en las urnas y arrebatarles el victimismo que dejará a Puigdemont a la altura de Torra.

La dignidad del nacionalismo español está herida. Empezó a sangrar en las últimas elecciones tras no poder formar gobierno y, siguiendo la senda del PP de toda la vida, centra toda su estrategia en la caída del gobierno, descalificando a sus contrarios; excepto cuando Feijóo piensa por sí mismo y abre otras puertas. Pero le hacen callar la boca al minuto.

Seguiremos siendo irreconciliables. En 2017 porque el supremacismo independentista negó el diálogo. Y, en 2024 porque el supremacismo nacionalista español quiere imponer sus criterios porque España es su finca y ahora está ocupada. Le pasó a Felipe, a Zapatero y ahora a Sánchez. Una frase para acabar parafraseando un viejo eslogan: ¿Amnistía? Sí, gracias.