Un cálido mediodía de mediados de enero tuve el privilegio de subir al castillo de Burriac en compañía de un amigo filólogo muy erudito, de esos con los que puedes hablar tanto de literatura como de historia, religión o heráldica. Tiene a todas las familias de la antigua burguesía catalana –entre ellas, la mía y la suya– fichadas y controladas.
“Burguesía... tan decadente como queramos, ¡pero trabajador siempre!”, me había escrito la tarde anterior después de una larga jornada laboral.
Al día siguiente se presentó en mi pueblo en pantalones de pana y náuticos (cosas de los retroprogres) y, al llegar a lo alto del castillo, se comió su bocadillo de jamón y queso sin echarme en cara que seguía medio congelado. “Lo siento, tendría que haberlos sacado antes del congelador”, me disculpé, antes de ponernos a divagar sobre el amor romántico, las relaciones abiertas y la poesía. Fue entonces cuando me acordé de la película sobre Cinto Verdaguer que estrenaron en TV3 por la Diada de 2019. “Ah, era muy telenovelesca”, se rio mi amigo, criticando las licencias que se había tomado el director para explicar la vida y obra del ilustre poeta catalán.
Le respondí que quizás sí, que quizás el filme tenía puntos un poco pastel, y que exageraban su afición al exorcismo, pero que, a mí, igual que a muchos otros catalanes incultos (fue la película más vista del año en TV3), me había descubierto a un hombre fascinante, intelectualmente inquieto, curioso y apasionado, además de estar dotado de un talento increíble para la poesía. “Ese poema que recita al final de la peli, junto al mar, en la playa de Caldetes, me puso la piel de gallina”, le dije, incapaz de recordar el nombre del poema. Entonces mi amigo empezó a recitar de memoria los versos de Vora la mar:
Al cim d'un promontori que domina
les ones de la mar,
quan l'astre rei cap a ponent declina
me'n pujo a meditar.
Amb la claror d'aqueixa llàntia encesa
contemplo mon no-res;
contemplo el mar i el cel, i llur grandesa
m'aixafa com un pes…
“Qué mal te lo he recitado”, me dijo al acabar, exhausto. Habíamos empezado el descenso y el sol nos daba de cara, haciéndonos sudar. Pero, a mí, su improvisado recital me había parecido maravilloso y me llenó de nostalgia. Le expliqué que, a mi abuela paterna, mi àvia –que estudió en Blanquerna, como la suya–, solía tener un ejemplar de Canigó en la mesita del salón, junto al vaso de whisky con hielo del aperitivo. “Tienes que leer a Verdaguer”, me insistía.
Igual que al poeta, a l’àvia le encantaban los Pirineos y hasta presumía de haber subido el pico de Mulleres (3.013 metros) en espardenyes. Eso es imposible, pensaba yo, recordando las agujetas y las llagas en los pies que sufrí después de subir el Mulleres con botas de montaña. Casualidad o no, hace unos años leí que una de las creencias más populares sobre Verdaguer era que recorría el Pirineo en espardenyes. Pues quizás me dijera la verdad, la misma verdad que cuando me decía que Canigó era un poemario excepcional; es lo que he recordado esta semana mientras hojeaba Per abastar una estrella. Verdaguer i el ‘Cant de Gentil’ (Fragmenta Ed. 2024), un ensayo donde el profesor de Literatura catalana de la UB Joan Santanach disecciona uno de los poemas más bellos de la obra:
Amor, amor, ¿on me pujares?;
¿on sou, amics?, ¿on sou, mos pares?,
i jo mateix, digau-me, ¿on só?
Digues-m'ho tu, Griselda bella,
ma hermosa estrella
de Canigó…
“Es como si, en la primera estrofa, Gentil tomara de pronto, mediante la palabra, consciencia de sí mismo. El amor lo ha arrastrado hacia lo alto de la montaña, hasta la cima misma del Canigó, y se maravilla al mismo tiempo que se pregunta dónde ha quedado su vida anterior, dónde han quedado las obligaciones y el destino que creía plenamente desde el mismo momento de nacer”, escribe Santanach.
Más allá del detallado análisis filológico y literario de sus versos, el autor resume muy bien el mensaje que quería comunicarnos Verdaguer: que el deseo del hombre “es tan inmenso que no puede ser saciado ni por el conjunto de la creación ni por la misma visión de la divinidad”.
Mes, si jo et tinc, ¿per què m'enyoro?
si tu em somrius, doncs, ¿de què ploro?
Lo cor de l'home és una mar,
tot l'univers no l'ompliria;
Griselda mia,
deixa'm plorar!