La semana pasada, cuando me enteré de que en TV3 se estrenaría una película sobre Jacint Verdaguer, me dio un ataque de nostalgia: me acordé de l’àvia, mi abuela paterna, sentada en su sillón orejero, los pies alzados sobre el taburete y el vaso de whisky con hielo en la mano, agarrando el ejemplar de Canigó que tenía sobre la mesita del salón y diciéndome: “tienes que leer a Verdaguer”.
Igual que al poeta, a l’àvia le encantaban los Pirineos (subía cada año a Cerler mientras la salud se lo permitía), y disfrutaba con mis aventuras por la Vall d’Aran con un novio excursionista que tenía entonces. Un novio que pensó que hacerme subir el Mulleres (3.013 metros) --mi primera montaña-- en un solo día era un gesto romántico, y por poco lo mato por el camino. “No estaba preparada, àvia, qué duro, el último tramo lo bajé de culo...”. A lo que mi àvia respondió, vacilona, que ella había hecho ese descenso en espardenyes.
Siempre dudé que fuera verdad, pero a l’àvia cualquiera le llevaba la contraria. Lo más gracioso es que hoy, trece años después de su muerte, cuando por fin empiezo a interesarme por Verdaguer, acabo de descubrir que una de las creencias más populares sobre sobre él era que recorría el Pirineo en espardenyes. Hecho que Curt Witlin, coeditor de una bella edición de las libretas de excursión del poeta, desmiente, al descubrir una hoja de gastos de Mossèn Cinto, con fecha de 1883, donde consta que en Prada de de Conflent “se había comprado unos zapatos por un precio equivalente a tres noches en un hostal”.
Pero, volviendo a la peli de TV3: ¿qué tiene de especial para que haya decidido hacer caso de una vez a l’àvia, romper mi garrulismo y convertirme en una fan del poeta?
Más allá de todas las licencias que se haya podido tomar el director, L’enigma Verdaguer me ha descubierto a un hombre fascinante, intelectualmente inquieto, curioso, apasionado, con un talento increíble para la poesía. Me emocioné de verdad escuchando los versos de Vora la mar, y llevo una semana leyendo este poema en bucle: “(...) A la vida o al cor quelcom li prenen / les ones que se’n van; / si no tinc res, les ones que ara vénen, / dieu-me, què voldran? (..)”
Según el film (y Wikipedia), Verdaguer se hizo capellán “por culpa” de una madre ultradevota. Porque en realidad, lo que yo vi fue un escritor con sotana. Un poeta en busca de experiencias en las que inspirarse. ¿Y no es exactamente esto lo que hacemos todos los que nos dedicamos a escribir? ¿Nutrirnos de experiencias personales, robar historias?
“Verdaguer es tan poeta que se come al capellán, la persona, y todo”, me comenta Anton Mª Espadaler, doctor en Filología Románica y profesor de Literatura Catalana de la UB. A mí incluso me pareció ver a un Verdaguer revolucionario, antisistema, capaz de plantar cara a la gente de orden y a la Iglesia. “Un ácrata, como lo ven algunos”, bromea Espadaler, que aún no ha visto el film.
Por otra parte, me pareció ver a un Verdaguer sediento de aventuras: ¿quién decide pasarse dos años embarcado en un transatlántico para curar los dolores de cabeza? Seguro que existía algún remedio más tranquilito que navegar hasta Cuba… A Verdaguer, los viajes en barco le sirven para terminar el poema L'Atlàntida. Las excursiones por el Pirineo le permiten escribir Canigó. Y la decisión de afincarse en el palacio de los marqueses de Comillas en Barcelona le permiten acercarse a la vida de la gente de orden y a la vez conocer de cerca la miseria de los más necesitados. He descubierto también a un hombre lleno de pasiones contenidas, emociones que afloran al exterior en forma de versos. Y también a un hombre que busca el sentido de la existencia y el paso del tiempo sin la ayuda de Dios.
Algunos han criticado que Verdaguer, al contrario de lo que dice el filme, no practicó el exorcismo, sino que acudía a las ceremonias como relator. ¿Y qué más da? Si lo probó alguna vez, todavía me cae mejor. Otra experiencia personal en la que inspirarse. Además, el film insinúa que Verdaguer decidió hacer exorcismo para ahuyentar al diablo del Palacio Moja y que así la marquesa de Comillas consiguiera tener hijos. ¿No es un gesto de amor a la marquesa, o soy demasiado peliculera?
Àvia, no sé si estarías de acuerdo con la peli, pero espero que estés orgullosa de mí. Sigo subiendo al Pirineo y por fin he descubierto a Mossèn Cinto: el otoño empieza bien. “La tardor dóna tristor, / més a mi em dóna alegria / só més a prop de l'Amor / que quan lo maig floridor / ma jovenesa embellia” (Flors de calvari, "XIV").