En un reciente artículo, Artur Mas planteaba tres consideraciones acerca de la sequía en Cataluña. Así, en primer lugar, señalaba a los gobiernos españoles como los primeros responsables del desastre, al no haber considerado la opción del trasvase del Ródano. Seguidamente, también responsabilizaba, aunque en menor medida, a los sucesivos gobiernos catalanes que, desde hace años, han desatendido la cuestión del agua. Y, finalmente, aún sin explicitarlo claramente, resultaba obvio que él se autoexculpaba de la calamitosa gestión pública de los últimos tiempos, ubicándose en aquella generación de políticos que hacían bien las cosas y, en el caso que nos ocupa, apostaban por la conexión con Francia.

No tengo conocimientos suficientes para opinar sobre el trasvase del Ródano que, en su momento, generó un intenso debate cargado de argumentaciones a favor y en contra de la gigantesca obra. Acerca de la gestión pública en tiempos recientes, hago mía la lectura del expresidente catalán, pero no comparto la afirmación subyacente de que él no tiene nada que ver con el momento actual. En cualquier caso, el artículo me resulta interesante, no tanto por Artur Mas en concreto, sino por lo paradigmático que resulta de una actitud que vuelve a emerger entre buena parte de nuestras élites sociales y económicas.

El desastre que vivimos en Cataluña, desde la sequía al informe PISA entre otros muchos acontecimientos negativos, se origina en un procés que, tal como se formulaba, resultaba completamente inviable pero sí mostraba una enorme capacidad para deteriorar el país, como así ha sucedido.  No sólo fueron muchas las empresas que se fueron, a la par que perdíamos presencia y reconocimiento en el mundo, sino que, tanto o más preocupante, la gestión de la Generalitat se orientó enteramente al sueño de la independencia, relegando la gestión de todo aquello que incide directamente en el bienestar ciudadano y el progreso colectivo. Además, los continuos cambios de gobierno han ido minando la capacidad y compromiso de un funcionariado cada vez más desorientado y abatido.

Artur Mas fue la figura central en el inicio del procés, y su gran éxito fue contar con el apoyo de muchos dirigentes empresariales, sociales y culturales. Entonces, me sorprendía la forma tan acrítica con que personas viajadas y de excelente formación académica se apuntaron a una dinámica inconcebible (siempre había oído afirmar que el estudio y el viaje era un antídoto contra el populismo, pero no fue así en este caso). A la que vieron que se estampaban, poco tardaron en hacer que aquello no iba con ellos. Y ahora, nuevamente, no pocos vuelven a emerger intentando legitimar el desvarío de Puigdemont y los suyos, que puede llevarse por delante la legislatura, la amnistía y contribuir a un mayor deterioro de Cataluña.

A la que nos estrellemos nuevamente, volverán a mirar hacia otra parte. Y si Feijóo alcanza la mayoría absoluta que empiezan a predecir algunas encuestas, no duden que tranquilamente mirarán a Feijóo.