En contra de lo dicho por el presidente castellanomanchego, Emiliano García-Page, los resultados en Galicia no son el potencial inicio de un mal ciclo electoral para el PSOE, sino si acaso su culminación. El ciclón destructivo empezó mucho antes.

A la espera de lo que suceda en el País Vasco dentro de unos pocos meses, el batacazo para los socialistas se inició en 2022 con la pérdida primero de Castilla y León y poco después de Andalucía, donde el PP de Juanma Moreno Bonilla obtuvo mayoría absoluta. El resto del poder territorial se fue por el desagüe de las elecciones de mayo de 2023, logrando conservar exclusivamente tres autonomías (Castilla-La Mancha, Asturias y Navarra), y ganando posiciones solo en el mundo local catalán, frente a un separatismo a la baja, recuperando el control de la icónica Barcelona.

Pero a excepción de Cataluña, donde el PSC aspira a alcanzar la Generalitat, el mapa territorial de España está teñido de azul. La imagen de un PSOE fuerte es un espejismo que se produce solo porque Pedro Sánchez logró conservar la Moncloa a cambio de una impensable amnistía para Carles Puigdemont.

Tener el Gobierno de España da mucho poder, pero los pies son de barro, un partido que empieza y acaba en Pedro Sánchez y nadie se atreve a discutir nada. El desastre de las gallegas lo que hace es evidenciar un problema de proyecto territorial, y la urgencia de abrir un debate interno sobre sus causas. ¿Faltaban en 2023 liderazgos regionales fuertes de larga trayectoria? Los socialistas los tenían en muchos sitios, como en Valencia, La Rioja o Aragón, con perfiles tan diferentes como Ximo Puig, Concha Andreu o Javier Lambán, pero el ciclón de mayo se los llevó por delante.

La patada a Sánchez se la llevaron esos dirigentes territoriales, tanto por la hipermovilización de la derecha, que tenía ansias de acabar con el sanchismo, como por la crisis electoral a la izquierda del PSOE. La desaparición de Ciudadanos también facilitó la mayoría al PP, cuyo mayor problema ahora mismo es su relación con Vox.

Aunque la política de bloques le ha permitido a Sánchez conservar la Moncloa, al PSOE como partido territorial le perjudica porque le obliga a abandonar el espacio central. Algunos análisis que estos días se escuchan sostienen que, si bien el PSG ha obtenido un muy mal resultado, las izquierdas, donde se incluye al BNG y a los extraparlamentarios Sumar y Podemos, han obtenido el mismo porcentaje de votos de hace cuatro años. Pésimo consuelo.

La política de bloques convierte al PSOE en rehén de sus socios, sobre todo ahora que Sánchez no puede prescindir de ningún soporte para sacar la legislatura adelante, y se ve obligado a adoptar gran parte de su discurso, confundiendo a sus votantes. La consecuencia es la pérdida de autonomía política, alimentando los intereses de sus socios.

En Galicia, el resultado ha sido el trasvase de apoyos hacia el BNG, que se ha convertido en la fuerza útil frente al PP. Ciertamente, eso no hubiera sido posible si la soberanista Ana Pontón no fuese una buena candidata que ha acabado recogiendo los frutos de un largo trabajo en el Parlamento gallego y de una inteligente campaña electoral, pero también de una lógica de bloques que en la llamada España plurinacional debilita a los socialistas en favor de sus aliados.

Veremos si en Cataluña Salvador Illa logra revertir esta tendencia. Por ahora, el espejismo de la Moncloa convierte al PSOE en un partido territorialmente más débil, cuya gran virtud, la de Sánchez, es aglutinar una confederación de apoyos en el Congreso a fin de impedir el acceso del PP al Gobierno de España. Pero cuando eso se acabe, porque sea imposible seguir satisfaciendo las exigencias de sus socios, sobre todo pienso en el momento en que desde Junts digan “colorín, colorado”, del PSOE sanchista solo quedará un erial.