Es un ultimátum. Cuando Puigdemont responde al PP, con la carta archiconocida que concluye con un día “se sabrá todo”, quiere decir que conoceremos la letra menuda de sus tratos con los populares. Feijóo reacciona convocando un off the record con 16 medios ante los que se muestra comprensivo con los indultos y expresa la necesidad de una “reconciliación” con el independentismo. ¿Qué teme el PP? Que Puigdemont tire de la manta y cuente a qué estaba dispuesto Feijóo a cambio de un pacto con los soberanistas, camino de su investidura.

Es un ataque de sinceridad etrusco, una autolesión grave, conocida ya como el sincericidio de Feijóo. Es una voladura controlada ante la amenaza de Puigdemont. Es un cambio radical en la política de deslegitimación del Gobierno seguida por el PP durante meses. Un giro copernicano y breve; breve porque, dos días después de responder ante los medios, el líder del PP cambia de criterio: “Dije y digo que no a cualquier tipo de indulto porque no se da ni una sola de las condiciones para ningún posible indulto”.

En esta segunda contrición adversativa acaba afirmando que aceptaría una medida de gracia para Puigdemont, pero “en unas condiciones que ahora no se dan”. Es el presidente del mismo partido que habló de Junts, una formación “cuya tradición y legalidad no están en duda”, en palabras de Esteban González Pons, vicesecretario del PP. “Nos ofrecieron la amnistía”, dice Génova 13 con el dedo puesto sobre el botón del pánico.

En cuestión de horas, el PP ha encharcado su campaña de las gallegas, en la recta final. Las encuestas le siguen dando mayoría, pero la oposición de socialistas, BNG y Democracia Ourensana podría desbancar al candidato conservador, Alfonso Rueda.

Puigdemont muestra una toxicidad inteligente; él disgrega, nunca agrega; quiere la paz de los cementerios para volver libre de culpa y sin haber pasado por la redención. Exhibe una total opacidad; representa la colisión entre la subjetividad y el destino objetivo. Dice alimentarse de la cultura occidental poscristiana, la de Montaigne, Maquiavelo y el racionalismo francés. Pero en realidad es un actor del metadrama, que no representa tragedias porque estas exigen personajes verdaderos, capacitados a la hora de expresar el sufrimiento moral; se esconde detrás de la épica, tan presente en la literatura del largo romanticismo catalán.

Su vida es una exploración de estilos que han de convertirle en alguien. No cruza ningún Rubicón, pero sí cuenta con parecerse intelectualmente a Francisco de Borja, aquel duque de Gandía, general de la Compañía de Jesús y uno de los inspiradores de la Contrarreforma, siguiendo a Lucrecia Borgia o a Savonarola, en la ficción de Vázquez Montalbán, que homenajeó, con enorme talento, al Pío Baroja de César o nada.

En la pista de los libros de caballería, Puigdemont no se conforma con poco; quiere ser un modelo de ambición, en la cultura y en la guerra. Está en el desaforo, como el sector agrícola español, afectado por la externalización de la cesta de la compra, llena de tomates marroquíes para potenciar a las centrales de logísticas del latifundismo multinacional. El campo está de vuelta de todo, igual que el expresident, que maneja a Junts a su antojo.

Su carta amenazadora –“se sabrá todo”– ha conseguido que el líder del PP saliera de su trinchera para exponerse a campo abierto. Se ha ganado que Feijóo reconozca finalmente: “Si de verdad Junts quiere reconciliación, hablemos”; es el condicional protegido en aquel meneo a los medios, moralmente presionados, del pasado viernes, 9 de febrero, que ahora sale a la luz. Es un cambio de rumbo, por fin admitido en contra del aparato que vertebra la doctrina de su partido desde la fundación FAES, liberal en lo económico y autoritaria en lo público. Con dos mensajes de fondo. Uno para Sánchez que significa ‘yo también puedo jugar a pactos contra natura’; y otro para Puigdemont, que dice: ‘¡Entrégate! y nos pondremos de acuerdo’.

Bienvenido el cambio de Feijóo, aunque haya sido rechazado a continuación por exigencias de la Corte de los Milagros que, a pesar de su precariedad, rindió pleitesía al sector recalcitrante. Nos alegramos de su reconciliación interruptus, aunque haya sido un simple objeto de consumo rápido para salvar la campaña electoral de Galicia, que él mismo ha puesto en peligro.

Es un hombre acostumbrado a pensar como un liberal, sin el carácter necesario para deshacerse de los speechrighters del PP, dispuestos cada mañana a salvar los incendios que ellos mismos provocaron el día antes. Esperamos la abolición de su niño interior, aquel César Moncada de Baroja, el joven en el que confluían la falta de compromiso y la búsqueda de la evidencia.