Sin que haya sucedido nada especialmente novedoso, esta semana ha resultado paradigmática del desconcierto, cuando no caos, en que nos vamos sumiendo. Porque, precisamente, eso es lo más grave: no es necesario ningún acontecimiento contundente para acelerar el paso hacia una especie de callejón sin salida.

Así, desde el Gobierno de la Generalitat se nos anunciaba que se retrasaba una semana la entrada en emergencia por sequía. Lo que puede parecer una buena notica no es más que una nueva muestra de la desorientación ante una realidad de extrema gravedad, que podría haberse evitado de considerar el agua como una de las primeras prioridades de la agenda pública. Por contra, llevamos muchos años, especialmente desde el inicio del procés, en el que la sequía no aparece como un problema.

En esta prórroga de una semana el agua ha cedido protagonismo a la tremenda andanada de Pere Aragonés contra los poderes del estado por el supuesto espionaje del CNI. Afortunadamente, llegará el día en que la justicia dictamine si se dieron hechos delictivos que, en su caso, deben ser castigados. Mientras, conviene no confundir los posibles excesos con el proceder de cualquier gobierno occidental democrático ante un independentismo radical, que aparcó el marco legal y amenazaba con una secesión unilateral y, a través del tsunami democràtic, con paralizar el país de manera violenta. Aprovechar lo que se va conociendo para destrozar todo el entramado institucional sólo sirve para enervar y aparcar los problemas que preocupan a la ciudadanía.

Un ruido que también ha acompañado a la propuesta de ley trans catalana que contempla cómo menores de edad pueden libremente cambiar de sexo, relativizando el papel de los padres en la decisión. Pese a sus salvedades formales, son muchas las razones para criticar la propuesta, especialmente lo irreversible de la decisión y la gran dificultad por determinar si el malestar de un menor es consecuencia directa de su sexo. En una sociedad desarraigada y fracturada, hay que atender de manera prioritaria el profundo malestar de muchos menores, que puede derivar de factores muy diversos. Así, llegar a determinar que dicho malestar se solventa con un cambio de sexo, conlleva un tránsito complejo, que el menor debe recorrer de la mano de padres y profesionales. Nada que ver con la propuesta legislativa.

Sólo faltaba el enorme barullo provocado por las críticas de Emiliano García-Page al último giro en el proceso de amnistía. No me despierta especial reconocimiento político la figura del presidente castellano manchego, pero lo que preocupa es la actitud de la cúpula socialista. Me pregunto cómo puede sorprenderles una voz crítica – no recuerdo otra de un dirigente en activo- en ese tránsito tan acelerado a favor de una amnistía en que parecen acatar el dictado, a menudo humillante, de Puigdemont y los suyos. ¿Tan inaceptable es una sola crítica?

Entendiendo que hay que buscar medidas de gracia para estabilizar definitivamente Cataluña, que los poderes del estado deben ser controlados democráticamente y que hay que acompañar a quienes no pueden convivir con su género, los procedimientos utilizados sólo contribuirán a la radicalidad; especialmente si no se abordan los problemas que más duelen a los ciudadanos. Desde el progresismo se viene a argumentar que todo vale para frenar a la extrema derecha. La están alimentando.