Para afrontar los grandes retos de ciudad que Barcelona tiene por delante, y que no son pocos, el alcalde Collboni tiene primero que afinar sus piezas y sus sistemas de actuación para que las cosas luego vayan en la línea que él ha planeado. Los retos, como todos ustedes saben, son numerosos y algunos de una importancia trascendental. Por ello, la hoja de ruta que finalmente se fije y la manera de actuar del socio, o socios, que pueda incorporar el grupo socialista al proyecto determinarán que la ciudad aspire a más o se resigne con ser una gran ciudad con más nostalgia que ilusiones.
Entre las ideas lanzadas por Collboni sorprendió la que puso encima de la mesa de tener un alcalde de noche, una especie de encargado general para ejercer la autoridad en esas horas que, como decía Sabina, confunden al borracho con el madrugador. Ese cargo, además, es el que estaría destinado al jefe de filas del partido que pactara con el PSC la gobernanza de la capital catalana. Debo confesarles que por un momento no pude evitar la ensoñación que podría provocar asumir ese cargo, una especie de sheriff nocturno de la calle, con licencia para actuar en todos aquellos asuntos que incomodan a la ciudad. Pero rápidamente caí en las reglas del juego de la política de salón y pensé que el puesto era un caramelo envenenado que ni iba a hacer disfrutar al elegido ni tampoco al propio Collboni. Seamos coherentes: si el alcalde delega en alguien esa función de jefe de noche no podrá ser nunca una delegación plena. ¿Qué pasaría si se produjera un suceso de campanillas en la ciudad pasada la medianoche? ¿Creen que el alcalde, el de verdad, no tendría que vestirse e ir al lugar de los hechos? Por tanto, el puesto no deja de ser más que el de un jefe de equipo. ¿Se contentará el socio de gobierno con esa distinción? ¿Si tiene que ocuparse de la noche, y por tanto de la seguridad, qué pasará si esa función recae en un partido digamos poco interesado en la ley y el orden?
Como ven todo son cuestiones importantes para la gestión de la ciudad pero, por encima de todo, lo más importante con lo que tiene que lidiar Collboni es encontrar un socio de navegación que contente a ambas formaciones políticas pero que no ponga en peligro cuestiones que se antojan esenciales para los barceloneses. Verbigracia: más economía, más seguridad, más orgullo. Todo lo que no vaya en esa dirección será un chiste malo para el futuro de Barcelona, una ciudad que se juega mucho en esta legislatura. El objetivo es ganar cuestiones que den más negocio y más calidad de vida a sus ciudadanos y en lugar de eso, si no se hacen bien las cosas, no sólo no avanzaremos si no que seguiremos retrocediendo, como ocurrirá lamentablemente con el Gran Premio de Fórmula 1 de España, al que se le está poniendo decididamente cara de chotis.