Desde hace unas semanas resulta indiscutible que Cataluña se enfrenta a una sequía dramática. Una desgracia que, sin embargo, no puede sorprendernos pues repetidamente los expertos venían alertando de la creciente carencia de recursos hídricos. Pese a ello, desde el inicio del procés, los gobiernos de la Generalitat no han mostrado preocupación alguna por la escasez de agua y así estamos. No podemos provocar la lluvia pero, con planificación, podría haberse evitado el escenario tan lamentable y costoso en el que nos vamos adentrando.
Además, estos días conocemos el hundimiento de Cataluña en el informe PISA, el estudio internacional que evalúa las habilidades de los escolares en lectura, matemáticas y ciencias. Este año nos situamos en la cola de las comunidades españolas. Tras el fracaso educativo la misma razón de fondo que en la sequía: la desatención de las autoridades públicas.
Coincidiendo con el informe se anunciaba, aún por confirmar definitivamente, que se puede perder el Gran Premio de Fórmula 1, para recalar en Madrid a partir de 2026. Otro golpe para Cataluña, por la pérdida de ingresos directos y, aún peor, por el deterioro de la reputación global del país, especialmente de Barcelona.
Nada es casualidad, pues este suma (¿y sigue?) de hechos muy negativos es consecuencia de años y años en que se ha aparcado el buen gobierno de las cosas, aquel monótono día a día que consolida el bienestar ciudadano y hace prosperar al país, para abrazar la excitante utopía de la independencia.
Así, resulta aún más lamentable ese protagonismo renacido de Carles Puigdemont, uno de los máximos responsables del desastre. Como también lo son aquellos muchos líderes de opinión que se entregaron acríticamente al procés, menospreciando y ridiculizando a quienes advertían de sus consecuencias, que paulatinamente nos van alcanzando. Pero no perdamos la esperanza, quizás arreglen el entuerto el mediador salvadoreño Francisco Galindo Vélez y Santos Cerdán, número tres del PSOE y al que la mayoría hemos descubierto acomodado en un sofá en Bruselas a la espera de ser atendido por Puigdemont.