Un día, años atrás, en la calle València de Barcelona, al pasar ante una casa que entonces estaba okupada, salían por la puerta dos de sus inkilinos.

Y oí que uno le decía a su kompañero:

--¿Qué, a dónde vamos? ¿La pizzería, o prefieres ir de hamburguesas?

Me chocó que en su situación supuestamente impecune aquellos dos tipejos se permitieran ir al restaurante, eligiendo lo que más les apeteciera, cuando, en mi modesta opinión, dada su calidad de okupas sólo tenían derecho, y sólo se merecían, un único menú: rata.

Rata de primero, rata de segundo, y de postre, rata.

Sí, aunque entiendo que la especulación inmobiliaria rampante es muy lesiva para la sociedad, y los alquileres imposibles, y que los dueños de Airbnb deberían ser perseguidos como forajidos, y que esto es indecente…

la respuesta de la okupación no me parece digna ni razonable. Vivir gratis total no es un derecho. Colarse en la vivienda de otro aprovechando su ausencia, y decidir que a partir de ahí la casa es tuya, no es de recibo.

Por consiguiente, bien está que los mossos hayan expulsado a los parásitos de los inmuebles en la plaza de la Bonanova conocidos como El Kubo y La Ruïna. Nombres que, dicho sea de paso, son espantosos.

Qué les hubiera costado a los okupas bautizarlos, por ejemplo, como Villa Teresa o Las Hortensias.

O bien La Fraternidad, que tiene resonancias anarquistas, ideología con la que está emparentado el okupacionismo.

Ahora bien, igual que te digo una cosa te digo la otra: irrumpir con todo a las seis de la mañana tampoco me parece bien.

Es un caso flagrante de crueldad policial. ¿Las seis de la mañana? Para empezar: ¿a esas horas ya se han puesto las calles?

A esas horas los okupas, que son gente joven y que como tal trasnocha y festeja, y a la que hay que suponer aficionada a la litrona y el tetrabrik de Don Simón, suelen dormir a pierna suelta.

¿Qué les hubiera costado a los policías esperar a las once y media o las doce el mediodía, que ya es una hora razonable para levantarse y empezar a pensar si vas a comer en la pizzería o en el frankfurt?

Nada tiene de extraño que, malhumorados por el madrugón, los inkilinos de esas kasas okupadas no hayan recibido a los policías con un felpudo en el que dijese Benvinguts.

Sino arrojándoles piedras, botes de humo, petardos, espuma antiincendios y líquidos.

Y es que no querían irse ni por las buenas ni por las malas. Le habían cogido cariño al sitio. Según la información de ayer en Crónica Global, ha sido necesaria la intervención de un helicóptero, algunos drones, la Unidad de Montaña, la Unidad de Subsuelo y los GEI (Grupo Especial de intervención).

Todo este caro contingente ha tenido que irrumpir en las kasas okupadas con extrema delicadeza y mesura, sin excederse en el manejo de las “defensas” (las porras).

Entre otros motivos para no hacerle daño al agente que seguramente la policía tenía infiltrado en las casas okupadas: un “topo” de esos que a los mandos les gusta infiltrar en colectivos díscolos, un agente --masculino o femenino-- de la Unidad Amorosa que se folla todo lo que se mueve y así sonsaca cantidades de información secreta.

Celebramos que durante el asalto a esas fortalezas del libertarismo, que ha durado nada menos que cinco horas, no se hayan producido desgracias irreparables. Nuestros cuerpos policiales tienen ya mucha experiencia en enfrentarse, sin causar víctimas, a multitudes fanatizadas y agresivas.

Más les vale que así sea, pues ya se sabe cómo terminan en nuestro país estos enfrentamientos: con los delincuentes amnistiados y los agentes de la policía declarando ante el juez.

Parece que a última hora ha habido que descolgar de la fachada de El Kubo a un okupa que estaba allí suspendido de una soga, con un corsé, fumando tranquilamente un cigarrillo tras otro.

Ese joven suspendido entre la tierra y el cielo. Ese chico me conmueve. ¿Fumaría ese chico Marlboro, como yo cuando fumaba?

Siempre hay un hombre meditabundo y soñador, que fuma. Siempre hay alguien que ve las cosas tras un velo de humo. Ahí se aparecen figuras deliciosas como una melodía de Kurt Weill (I’m a stranger here myself) o de Cole Porter, que vienen de un mundo más suave y le invitan a él.