Pedro Sánchez, a quien se le pueden hacer muchos reproches por sus cambios de opinión, actúa siempre con una lógica política aplastante. La derecha se equivocó sobre él desde el principio, tratándole de presidente por accidente y otras lindezas que daban a entender que su paso por el poder sería necesariamente breve. Tal vez no sea un zorro de la política, pero sí un erizo. 

Cuando decide una estrategia la aplica sin dudas ni titubeos, y hasta el final. Decidió que no podía correr el riesgo de ir a nuevas elecciones, y se lanzó a sacar su investidura al precio que fuese, pactando con todos, cediendo en un impensable acuerdo con Junts, desdiciéndose sin despeinarse en el polémico asunto de la amnistía.

Ha ejercido un dominio de los tiempos magistral, dejando que los independentistas y Sumar desbrozasen el camino, logrando que buena parte de la opinión pública y publicada, próxima al Gobierno, fuera modulando su discurso y acabase aplaudiendo la amnistía.

Lo único que le ha fallado es Podemos, que ya se ha declarado en rebeldía. “Sánchez nos ha echado del Gobierno”, soltó ayer Irene Montero en su adiós como ministra de Igualdad, lo que fue repetido por Ione Belarra. Lo nunca visto en una ceremonia de traspaso de carteras. Los morados buscarán el momento idóneo, seguramente cuando empiecen las dificultades económicas, para fracturar la mayoría progresista y plurinacional.

La legislatura será extraordinariamente crispada y convulsa, pero no necesariamente corta porque no hay mayoría para una moción de censura exitosa. Sánchez agotará su tiempo, aunque es probable un adelanto ni que sea para evitar que en 2027 las elecciones locales y autonómicas vayan inmediatamente antes de las generales, o se celebren el mismo día, con un superdomingo.

Pero para eso falta mucho. Ahora lo interesante es poner la vista en lo que ocurrirá en el plazo de un año. Por un lado, las europeas de junio de 2024, que medirán el apoyo al Gobierno o, mejor dicho, el nivel de enfado que todavía suscita la amnistía. Ahora mismo, nadie sabe cuánto tardará en aplicarse dicha ley, y cómo los jueces actuarán frente a ella, aunque hemos de dar por hecho que el Tribunal Constitucional la avalará.

Por otro lado, entre tanto, lo más relevante será lo que suceda en Cataluña. Las autonómicas están previstas para febrero de 2025, pero podrían adelantarse unos meses. La lucha entre Junts y ERC no conoce tregua ni cuartel. Para negociar el referéndum por el que suspiran ambas formaciones han organizado dos mesas separadas. Los republicanos tienen una con el Gobierno español, bajo el simulacro de un tête à tête institucional. Existe desde 2020, pero carece de actividad. Y Junts ya tiene la suya con el PSOE, en Ginebra, bajo la supervisión de un verificador internacional.

Cualquiera que lo analizase sin conocer el contexto no entendería nada. El lunes, Pere Aragonès brindó a Junts la entrada en su mesa, lo que fue recibido con cajas destempladas por los de Puigdemont, que quieren la exclusiva para decidir en qué momento la negociación con los socialistas ha entrado en vía muerta y retiran su apoyo al Gobierno. No antes de que Puigdemont esté materialmente amnistiado, claro está, y no muy lejos de la siguiente cita electoral. 

Para Sánchez lo esencial a medio plazo es que Salvador Illa alcance la presidencia de la Generalitat. Un hecho que de producirse marcaría el definitivo adiós a los rescoldos referendarios del procés. Con el PSC en la Generalitat la hoy tan discutida amnistía quedaría santificada como un paso imprescindible para “pacificar” Cataluña. Es mentira, pero que nadie confunda política con el reino de los justos.

El líder socialista catalán sabe lo mucho que se juega en un año, con una parte de su electorado disgustada, pero confía en que hay una corriente de fondo general en la sociedad catalana que quiere pasar página a todo.

La amnistía podría acelerar ese proceso y beneficiar a Illa. Si no es así, si los independentistas, aunque constantemente peleados, aguantan y conservan la Generalitat, al tiempo que por razones de competencia electoral dejan en la estacada a Sánchez y regresan a la retórica del enfrentamiento, el PSOE podría sufrir mucho en el siguiente ciclo electoral, y el PSC quedar limitado a un papel subalterno. Saldremos de dudas dentro de un año.