En mis casi 44 años de vida he tenido la lucidez de enamorarme tres veces de un personaje de televisión. La primera fue viendo Los problemas crecen, mítica serie americana que pasaban los viernes por la noche en TVE. Recuerdo que tenía 9 o 10 años cuando me forré la carpeta y la agenda del cole con fotografías de Kirk Cameron recortadas de la Superpop, a las que daba besos sin ningún tipo de vergüenza.

La segunda vez que me enamoré fue viendo a Chris O’Donnell en Círculo de amigos (1994). “Recuerdo que me levanté del sofá y lo besé a través de la pantalla”, le confesé a mi amiga Sílvia la mañana que nos conocimos, de camino a la universidad. Como las dos llegábamos tarde a clase (Contabilidad), decidimos emprender el camino contrario y meternos en un bar a desayunar. No recuerdo exactamente el motivo –quizás pasaran la película por la tele la noche anterior–, pero empezamos a hablar de lo guapo que aparecía Chris O’Donnell y desde entonces nos hicimos inseparables. 

La tercera vez ha sido hace poco, viendo The Bear (Disney+), una serie maravillosa que me recomendó mi amiga Marta. “Lo tiene todo: una buena historia, Chicago, comida, amor, comedia, drama, una banda sonora increíble”, me prometió.

Corría el riesgo de quedarme enganchada al televisor durante tres o cuatro días seguidos (viendo series no sé dosificarme), pero le hice caso y empecé a verla esa misma noche. No solo me enganché, sino que me enamoré perdidamente de Jeremy Allen White, un actor de entrañables ojos azules que interpreta a Carmy Berzzato, un joven y reputado chef que decide regresar a su Chicago natal para intentar salvar el local de bocadillos de carne de su hermano mayor, que se ha suicidado.

La misión parece imposible: el negocio está arruinado, deben dinero a todos los proveedores, el personal de cocina está resentido y desmotivado, y su hermana, la única que se preocupa por él y sus sentimientos, no deja de exigirle que dé la talla, no solo como profesional, sino como persona. Algo difícil cuando has crecido en una familia desestructurada, falto de amor y cariño, y has experimentado que, por mucho que te esfuerces por ser el mejor en tu trabajo, las cosas no salen bien.

“—¿Existe una palabra para definir esa sensación de miedo a que pase algo bueno porque crees que pasará algo malo?

—No sé. ¿La vida?”.

Este diálogo entre Carmy y su primo Richie mientras se fuman un cigarrillo en el patio trasero del restaurante con las mejillas encendidas por el frío –qué frío hace en Chicago– me hizo reír. The Bear es estresante, muy estresante, pero también es divertida, emocional, realista. Todo parece apuntar a lo mismo: hoy el trabajo no es un refugio seguro. No importa si eres el mejor en lo tuyo, si eres dedicado, honesto, responsable, rápido, si has sacado matrícula de honor en la universidad para llegar hasta donde estás: la precarización y el estrés a perderlo todo cuando menos te lo esperas forman parte de la nueva realidad.

“Todo el mundo está en modo supervivencia todo el tiempo. El sistema ha fracasado. El lugar no tiene arreglo”. Ese es el mensaje que pretende comunicarnos The Bear, según Carina Chocano, crítica de televisión de The New York Times. Curiosamente, Carmy me recuerda a un exnovio: los mismos ojos azules caídos, la misma pasión y excelencia por su trabajo, el mismo estrés en sus vidas.