A Barcelona le va de perlas albergar la feria de las smart cities. El cónclave donde los más variados sectores ponen en valor los avances que la tecnología, la inteligencia artificial e incluso la cuántica colocan al alcance de los servicios que hacen la vida más fácil a los ciudadanos.

Es importante que eso ocurra en Barcelona, lugar soñado por los participantes, porque permite impregnar todas esas ideas de una manera más sonora en los planes de unas Administraciones que nos interesa que sean sensibles.

Necesitamos apuestas más decididas y más inversión para que esos inventos que hace unos años no los hubiera soñado ni el atribulado profesor Franz de Copenhague nos permitan mejorar el control y el servicio que nos tiene que hacer más felices en la calle.

Las opciones son variadas. Muchas de ellas se encaminan a que el pacto por conseguir un planeta mejor logre que el ambiente en las ciudades sea más sostenible, que luche notoriamente contra el cambio climático y, por tanto, que ser un transeúnte o un vecino en esa ciudad sea más sano y satisfactorio.

Barcelona tiene camino que recorrer en ese sentido. También sería interesante que esos avances permitan recorrer un trayecto controvertido en aras de la seguridad. ¿La retahíla de avances tecnológicos no podría colocarnos en un ecosistema más seguro gracias a controles que eviten los abusos y los delitos?

Sé que este tema siempre despierta el volcán interior de esos ciudadanos que prefieren vivir con poco control en aras de un mal entendido buenismo progresista, pero si existen elementos que pueden ayudarnos a que se cumplan las normas que hemos interpuesto como barreras para frenar delitos o abusos, ¿por qué no utilizarlas? ¿Se imaginan que el sujeto que ensucia sin rubor la calle o que sustrae con delicadeza bolsos o carteras pudiera ser identificado y, por tanto, cazado? Sería un paso notable para que nuestras calles respiraran otro aroma.

En cualquier caso, la ciudad tiene un recorrido que cubrir implementando mejoras que no están sujetas a la aplicación de la tecnología más innovadora. Una reciente entrevista al ingeniero Joaquim Coello, en Metrópoli Abierta, volvía a la carga con la necesidad de apostar por una ampliación del aeropuerto de Barcelona como eje para dar un salto notable en el escalafón de ciudades.

Eso, y utilizar mejor el resto de las instalaciones aeroportuarias que tenemos en Cataluña para que todas las opciones entren en juego y Barcelona y su área de influencia capten más la atención de una industria que, lejos de atacarla, hay que apoyarla –el turismo– y de otro segmento de actividad clave: el que en el mundo occidental engloba a los negocios en mayúsculas. Urbes donde se deciden y se ejecutan proyectos que acaban también por redundar posición y beneficios a sus ciudadanos.

O Barcelona se pone las pilas olvidando la pelea callejera en la que se ha reducido una buena parte de la dialéctica de la política casera o tendrá una vida peor… para todos.