El primer domingo de cada mes íbamos a merendar a la casa de los besavis Lherme Forné. Los padres de mi abuela Rosa --él, francés; ella, valenciana-- residían en el Poblenou, en una casa fábrica, en la Fundició. La mía era una familia de fabricantes y comerciantes llegados a Barcelona en el XIX. Nadie, en ninguna rama materna o paterna, vivía del erario o era empleado por extraños. ¿Qué ha sido de aquella burguesía menestral capaz de crear riqueza?
Eso me pregunté el pasado 1 de octubre, día en el que Cataluña cumplía aniversario del referéndum ilegal y de la fuga masiva de sociedades. No han vuelto. A este paso, fabricando inseguridad jurídica, política y económica seguiremos descendiendo en los rankings económicos. Por el momento, en 2023, Cataluña ya ha bajado al tercer lugar en el pódium español de la inversión extranjera.
Algunas industrias familiares consiguieron resistir a la Guerra Civil y reabrir puertas. Mis abuelos y bisabuelos --conocí a seis de ellos-- querían volver a producir tras años de luchas fratricidas. Durante la contienda, Frédéric Lherme se quedó trabajando de soldador en su propia fundición, que fue “colectivizada” y convertida en industria armamentística del Frente Popular. Cuando entraron los vencedores, izó la bandera francesa en una de sus chimeneas. La enseña del país vecino volvió a salvarle el pellejo.
Aquellos señores de Barcelona siguieron fabricando hasta que llegó el declive industrial de los setenta. La fundición del bisabuelo acabó convertida en un párking para autobuses y camiones. “Gracias a Dios que padre no ha visto cómo tiraban las chimeneas”, susurró mi abuela mientras “los señores del hierro” se llevaban máquinas y material (acero, bronce, latón…).
Unos años después conseguí mi primer empleo. Los negocios familiares ya no empleaban a casi nadie. Cuando me pagaron mi primer sueldo, en Mundo Diario, le enseñé la nómina a mi abuelo, el marido de Rosa y propietario aún de su fábrica de hielo. Preguntó asombrado: “¿Es un sueldo fijo?”. Me había convertido en la primera asalariada de la familia.
Pocos, en aquellos tiempos de la Transición, esperaban la fuerte caída de la industria europea, menos aún del textil, el sector productivo catalán por excelencia. Sostenían algunos prestigiosos economistas que las farmacéuticas, metalúrgicas, automovilísticas o químicas tomarían el relevo y mantendrían el dinamismo de la locomotora industrial española. Lo hicieron durante un tiempo, pero la contribución industrial al PIB siguió bajando. La empresa familiar, salvo excepciones (Puig, Damm, Planeta, Agrolimen, Catalana Occidente…), se ha ido vendiendo a multinacionales y fondos.
La puntilla a la industria local se colocó en 2017, con el referéndum ilegal convocado por Carles Puigdemont. Unas 5.000 empresas abandonaron Cataluña y, en el último quinquenio, apenas ha vuelto alguna relevante. Seguramente por ello, la patronal Foment del Treball proclamó hace una semana que la prioridad del nuevo Gobierno de España debería ser “el regreso de domicilios sociales”.
¿Cuál ha sido la respuesta? Banco Sabadell seguirá en Alicante; Caixabank --que tras su fusión con Bankia es la mayor entidad financiera española-- permanecerá en Valencia y Catalana Occidente no se plantea salir de Madrid.
Antes de las elecciones generales, la ministra socialista de Transportes, Raquel Sánchez, señaló ufana: “Los motivos que provocaron la huida ya no existen”. Puro wishful thinking o, traducido, pensamiento ilusorio. El dinero calla, pero no otorga ni acepta la intromisión política en sus negocios, menos aún la incertidumbre. Asusta la amnistía a quienes defienden la unilateralidad.
La inversión extranjera recela. Durante el primer semestre de este 2023, Madrid ha vuelto a situarse en primer puesto de las comunidades españolas en cuanto a la atracción de inversores externos, captando 7.600 millones de euros. Valencia, con 2.268 millones, se ha colocado en el segundo lugar, relegando a Cataluña (890 millones) al tercer puesto del pódium.
Tanta dicotomía social (progres y fachas, ricos y pobres, nacionalistas de aquí y de allí) enfrenta y no genera confianza inversora. En el primer semestre de 2023, la entrada de capital extranjero en España fue de 11.996 millones de euros, el 26,6% menos que en el mismo periodo de 2022.
A los 17 años, poco antes del fallecimiento de mi abuelo Josep (catalanista, ingeniero y fabricante de hielo), me atreví a preguntarle qué hizo cuando acabó la guerra, tras la victoria de Franco. “Calia obrir la fàbrica del meu pare. I és el que vaig fer”. Esa fue, en catalán, su escueta respuesta.
El miedo económico no sabe de nacionalismos. Si los Gobiernos generan estrambóticos cambios jurídicos, el dinero se aleja. Así ha sido siempre. Fabricar inseguridad no es rentable. Y es en lo que nos estamos especializando.