Es penoso y peligroso el esperpento que está protagonizando el PSOE con el único fin de investir como presidente a su aclamado líder. A Sánchez y su cohorte les da igual pactar con ultranacionalistas de derechas una ley de amnistía –y no sabemos aún cuántos regalos más–, al mismo tiempo que hacen lo propio con políticos adolescentes de izquierdas.

Es obvio que el resultado de la amnistía no puede ser un Gobierno progresista, es literal y cuantitativamente imposible. Por si alguien aún no lo ha entendido, no hay más que escuchar las declaraciones del otrora peneuvista Josu Jon Imaz, ahora consejero delegado de Repsol. No hay mayoría posible para una legislatura progresista, pero sí la hay aún para una coalición puigresista, en la que se darán la mano el resucitado movimiento independentista y los rescoldos de aquello que los viejos del lugar conocían como PSOE e IU. Un déjà vu.

Ya hemos vivido este tipo de matrimonios mixtos con aquel tripartito del Tinell que, con la suma del moisés Mas, desembocó en la puesta en marcha del procés. Decir que con la amnistía se cierra el mal llamado conflicto catalán muestra una profunda ceguera –cuando no una severa limitación de entendimiento– respecto a la evidente tregua en la que está instalado el independentismo desde fines de octubre de 2017. Es un grave error darle ahora tanto oxígeno, después del tremendo susto que sufrió con la tibia aplicación del 155 y la sentencia del Supremo. Con la amnistía no se retorna a los inicios del procés, sino que se pone de nuevo en marcha el reloj que se paró a los 44 segundos el 27 de octubre de 2017.

La confusión puede parecer enorme porque nuestro vocabulario, sea en la lengua oficial y en cualquiera de las cooficiales, es absolutamente insuficiente para describir la manera de gobernar de los aún autodenominados progresistas, que tanto beneficia a los separatistas. Si recurrimos a otro tipo de diccionarios, como el que publicó en 1976 el humorista José Luis Coll, pareja artística del también inolvidable Tip, hallamos términos que pueden ayudarnos a entender qué está pasando.

Advertía Camilo Cela en el prólogo a este irreverente librito que “su lectura está muy recomendada como antídoto contra las declaraciones oficiales del ministro del ramo (hay muchos ramos) y los editoriales de los periódicos en el día de la raza (hay muchas razas)”. Leyendo esta colección de disparates podemos, quizás, comprender lo que ha hecho Sánchez al llamar a participar a sus militantes en una consulta tan ridícula como vergonzosa. Coll hubiera dicho que los ha “particapados”: les ha comunicado o avisado que próximamente serán castrados. O aclarar por qué los independentistas no han pedido perdón, pero sí un “pedón”, es decir, han solicitado indulgencia con una “ventosidad ruidosa expelida por el ano”. O entender que el Gobierno lo que sí ha hecho es “pendonar” a los líderes separatistas, o sea, les ha concedido “un indulto a las personas despreciables por su golfería”.

Recurrir a estas absurdas palabras es también insuficiente si queremos comprender el descaro de Sánchez y su cohorte en sus “cambios de opinión”. Quizás todo sea mucho más sencillo. En la antigua Grecia, los actores en las tragedias utilizaban un calzado que servía tanto para el pie izquierdo como para el derecho, eran los llamados coturnos. Con ese apodo eran conocidos algunos famosos políticos atenienses. Los coturnos no son necesariamente los conocidos chaqueteros o tránsfugas, sino más bien aquellos que dicen ser un clérigo de izquierdas para, sin solución de continuidad, actuar como un práctico creyente de derechas, y a la inversa. Así, sin descalzarse, el tan cacareado Gobierno progresista ha mutado en puigresista, y con las cintas de cuero del coturno todavía pueden atar la legislatura, al menos, hasta la rodilla, eso sí, en el nombre de España y en el de todos los santos. Y, mientras, el PP y Vox rezoplando.