Rapidez mental, mirada penetrante, ironía y sentido del humor. Podría ser la definición soñada para cualquier persona que deseara trascender, pero eran algunos de los rasgos de una persona intuitiva e inteligente como era Pedro Vega. Con Pedro nos unía una sana amistad y una manera de entender el mundo, ese mundo abigarrado, intenso, feroz y maravilloso. Fue uno de los grandes en la siempre delicada intersección del diagrama de la empresa y el de los medios de comunicación. Fue un magnífico Richelieu entre las bambalinas de la estrategia y a su vez un tipo cercano con los periodistas, conocedor de los resortes y de la manera de entenderles porque él era también uno de ellos. Fue periodista, comunicador, animal político y analista y, por encima de todo, fue un observador del momento y de la realidad con precisión quirúrgica.
Desde la terraza del Telefèric de la plaza Letamendi, cuartel general del gran maestre, destripamos el mundo y con lo que quedaba de él nos permitíamos sonreír. Por ahí pasaban varios de sus amigos más cotidianos y aunque la principal divisa era pasar un buen rato no se abandonaba nunca el espíritu escrutador por conocer algo más o algo mejor de un tema u otro que afectara a la realidad política, a la social, a la ciudad, a los gobernantes. Cuando existe pasión por la vida no hay límites para conocer datos y cuestiones sin cortapisas y así eran los encuentros con Pedro: una escalada de asuntos a borbotones que colmaban nuestra curiosidad.
Hace unos días estaba ya deseando volar a su amado Santander para ver a la familia y respirar ese aire fresco que es una entelequia en Barcelona. Y precisamente, con su muerte, seremos los demás los que nos quedaremos sin esa brisa reparadora, que no era otra cosa que el placer de la tertulia y el comentario inteligente. Camarada, los que preferimos el guiño al estruendo, el detalle a la chirigota, te echaremos mucho de menos. Buen viaje, camarada.