Tenemos suerte los catalanes de contar con un gobierno que vela por nosotros. En los últimos presupuestos de la Generalitat, los aumentos más significativos se producen en el fomento del catalán, en las embajadas exteriores y en TV3. También ha experimentado un notable incremento la partida destinada a remunerar a los cargos públicos, pero eso se da por supuesto: unos políticos que dedican sus esfuerzos a la tele, a inaugurar delegaciones en Japón o en Tasmania y a vigilar que en el recreo los niños hablen catalán, se merecen un aumento de sueldo.
Es de agradecer que quienes nos gobiernan sepan cuáles son las auténticas necesidades de los catalanes. Otro tipo de políticos aumentaría el gasto en sanidad, educación, servicios sociales, vivienda, empleo y otras tonterías semejantes. Es lo que harían políticos demagogos, que por fortuna no son los que aquí gobiernan. Los nuestros saben que lo que necesitan los ciudadanos es que se siga inyectando dinero a una TV3 que cada vez ve menos gente, que en Colombia haya una oficina con una senyera colgando y que el camarero nos diga “tallat” en lugar de “cortado”. Un gobierno debe tener claras las prioridades de los gobernados.
Las comunidades autónomas se crearon por una cuestión de puro folklore, y quien mejor lo ha entendido es Cataluña, que dedica sus dineros a eso, al folklore. Para organizar la sanidad o la educación nos bastaba y nos sobraba con un Estado central, como en tantos países del mundo, pero para crear una televisión de solteronas, subvencionar todo lo que huela a lengua catalana por infumable que sea, y organizar una jornada castellera en el cono sur, era imprescindible un gobierno propio y un Estatut. Eso, por no mencionar que todas estas cuestiones aparentemente nimias dan para colocar a gran número de amiguetes en puestos de lo más variopinto. Sin autonomías, todo eso sería inviable, y “todo eso” es lo que sostiene el chiringuito. La lejanía de Madrid dificulta que el funcionario de turno comprenda la necesidad perentoria que existe en Cataluña de abrir una embajadita en Moscú con unos cuantos familiares a sueldo, por ejemplo. El mismo funcionario --u otro, tanto da, son todos iguales a la hora de desconocer la realidad catalana-- probablemente examinaría con reticencia la petición de crear, por ejemplo también, una Xarxa Catalana pel Dret al Temps (sic), y ello porque ignora la urgente necesidad que tenemos de regular nuestro derecho al tiempo y, sobre todo, de enchufar ahí a unos cuantos que se lo merecen. E igual que en Cataluña, en el resto de las comunidades, de ahí que, aunque las históricas llevasen más tiempo promoviendo el folklore y el enchufismo, se optara por el “café para todos”. Hay cosas que solo pueden llevarse a cabo con un gobierno propio, lejos de la capital, qué van a saber ahí de lo nuestro.
Claro que con el Estatut y un gobierno propio no era suficiente: lo más necesario es dinero. Por eso vienen en nuestro auxilio los presupuestos de la Generalitat, que permitirán seguir promoviendo el folklore por TV3 y permitirán exportarlo a todo el mundo mediante las delegaciones, todo ello en un catalán impecable. Por lo menos ya sabemos que si en Cataluña pagamos más impuestos que en cualquier otra comunidad no es en vano, sino para seguir abriendo delegaciones en todo el orbe, seguir produciendo teleseries anestésicas y pagando a productoras externas propiedad de más amiguetes --por fortuna, en Cataluña no faltan amiguetes--, y fiscalizar a quien ose dirigírsenos en castellano. Ahora se entienden las sempiternas quejas por el déficit fiscal y las reclamaciones al Estado de que nos condone la deuda: hay que hacer crecer más TV3, conseguir que haya una embajada catalana en cada país del planeta y exterminar cualquier indicio de lengua castellana en Cataluña. Sin olvidar aumentar el sueldo a todos los cargos públicos, que bien merecido se lo tienen.