No solamente es que la gobernabilidad de España dependa de un prófugo de la justicia, lo cual ya da para que este país sea hazmerreír del mundo entero. Es que, por si faltaba algo, el abogado de dicho prófugo va a ser juzgado por blanqueo de capitales en el marco de una operación contra el narcotráfico. Ni el guionista con más imaginación podría imaginar semejante esperpento, eso no se le ocurre ni a Mel Brooks para incluirlo en su loca historia del mundo. Lo más raro de todo, sin embargo, es que nadie se tome a risa semejante ópera bufa. Va a ser que hemos perdido el sentido del humor.
Como abogado, Gonzalo Boye ha demostrado ser una birria, espero que como blanqueador de capitales fuera un poco más eficiente, o va a terminar con sus huesos en la cárcel. En su labor de letrado, defendiendo a los líderes huidos del procés, no ha hecho otra cosa que ganar tiempo, cosa que está al alcance de cualquier pasante de baja estofa. Pero a la que tiene que enfrentarse a un tribunal se le va toda la fuerza por la boca, su estrategia de defensa -por llamarla de algún modo- se limita habitualmente a pronunciar un discurso empalagoso en nombre de no sé qué derechos y libertades, soltando una ristra de frase hechas y lugares comunes que nadie sabe en qué benefician al reo. Diríase que el abogado Boye está más pendiente de que el público disfrute de sus dotes de orador, que de conseguir una buena sentencia para su defendido, que es quien le paga y a quien se debe. Uno espera que, en cualquier momento, el presidente del tribunal le interrumpa: “señor Boye, deje sus discursitos vacuos y dedíquese a defender a su cliente, que al pobre se le empieza a poner cara de recluso”. Lo de pronunciar soflamas y conferencias ante los tribunales solo puede uno hacerlo si es alto y fornido como Fidel y está seguro de que la historia lo absolverá, pero un desconocido picapleitos, bajito y calvo, debería limitarse al código penal, si es que se lo ha leído alguna vez.
Ahí tenemos a Valtònyc o al expresidente catalán Quim Torra, que confiaron su defensa a tan eximio abogado, y ambos fueron condenados, cómo no. Uno tiene la impresión de que acude a su ayuntamiento para presentar un recurso contra una multa de tráfico, y si por mala fortuna lo hace acompañado de Boye, sale de ahí en coche celular y condenado a quince años de prisión. Eso sí: habiendo dejado claro que la justicia española es una farsa y que los catalanes viven sojuzgados. Mal futuro se le augura a Puigdemont, con semejante defensor. El mismo que a reo Boye, si lo defiende el letrado Boye.
Consigo sigue de momento la misma táctica jurídica que tan escasos frutos le ha dado, y en lugar de defenderse como el buen abogado que jamás va a ser, se declara perseguido por el pérfido estado español. Imagino que es la única estrategia de defensa que alcanza a llevar a cabo un letrado de tan pocas capacidades. Parafraseando a aquel secretario de estado norteamericano: es una táctica suicida, pero es la única táctica que tiene. No le vamos a exigir a estas alturas de su vida, cuando se ha convertido sin mérito alguno en “el abogado del independentismo”, que encima sepa de leyes. Si ya sale de vez en cuando en TV3 y emisoras de radio afines, donde es tratado como una especie de Perry Mason sin pelo, qué necesidad tiene ahora de ponerse a ejercer de abogado de verdad.
Con tales antecedentes, doy por hecho que, ante la acusación de blanqueo de capitales, Gonzalo Boye va a ejercer en el juicio su propia defensa. Ni que sea para confirmar la vigencia del viejo adagio: el abogado que se defiende a sí mismo, tiene un cliente estúpido. Y ahí lo dejo.