La campaña electoral para el 23 de julio está siendo lamentable. Tras el ininteligible cara a cara entre Pedro Sánchez y Núñez Feijóo, toda la atención está ahora en denunciar las mentiras del rival. Al candidato popular, está última semana se le está haciendo muy larga porque su éxito en el enfrentamiento con el líder socialista se debió a que supo mentir sin despeinarse, impertérrito, mientras su oponente no supo desdecirle y quedó encorsetado en un discurso rígido y repetitivo. Sánchez, nervioso, se derrotó a sí mismo. Pero después a Feijóo lo han peinado en los medios. Primero, en Onda Cero, en el programa del perspicaz Carlos Alsina, quien educadamente le recordó algunas de sus mentiras, y después en RTVE, donde la periodista Silvia Intxaurrondo le insistió en que no estaba diciendo la verdad en el asunto de la revaloración de las pensiones, entre otras cosas. Feijóo ha tenido que vestir sus falsedades bajo el manto de las “inexactitudes o imprecisiones”, algo parecido a los “cambios de opinión” con los que Sánchez ha justificado sus giros argumentales para poder gobernar. En cualquier caso, lo lamentable es que el debate no está centrado en lo sustantivo de las políticas, sino en evidenciar quién miente más.
Esta es una campaña de emociones, no de razones, contra el sanchismo o agitando el miedo a la ultraderecha, y resulta llamativo que la economía interese tan poco. Seguramente porque la política es contracíclica, y cuando las cosas van más o menos bien, es decir, cuando no hay mucho paro, se vota atendiendo a otras pasiones. No obstante, nada justifica la ausencia de un debate económico serio. En el cara a cara se balbucearon algunas cifras en los primeros minutos, pero nada más. El mayor error del PSOE en esta campaña es no dar protagonismo a la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, cuya gestión ha sido francamente buena y cuyo perfil tecnocrático gusta en el electorado del espacio central. Es el mejor antídoto contra la fuga del votante socialista moderado hacia el PP. Porque el mayor problema de Feijóo no es Vox, sino la incertidumbre sobre su política económica y el hecho de que no sepamos aún hoy quién sería su ministro responsable si llega a la Moncloa. Se niega a desvelar su nombre, como el de otros posibles nombramientos, y aunque está en su derecho, también eso podría pasarle factura.
En 2008 hubo debate entre Pedro Solbes, vicepresidente económico de José Luis Rodríguez Zapatero, y Manuel Pizarro, número 2 del PP en la lista que encabezaba Mariano Rajoy. Fue un cara a cara educado y formativo, que supo tratar a los españoles con inteligencia. Ganó el experimentado Solbes, porque transmitió confianza y tranquilidad, justo lo que los españoles querían oír en un momento todavía de optimismo económico, aunque en sus memorias se arrepintió de no haber advertido de que venía una recesión y hasta de haberse presentado a las elecciones. En muy poco tiempo se demostró que Pizarro tenía buenas razones en sus críticas hacia la debilidad de la economía española y del sistema financiero. Hoy algo así es imposible y no solo porque Calviño no tenga un contrincante claro, ya que el PP cuenta seguro con algunos diputados suficientemente preparados, sino porque en general la política ha retrocedido a nivel de parvulario. Hoy recordamos ese debate con envidia, con la melancolía de los que hemos vivido campañas electorales no solo mejores, sino donde todavía se discutía en serio y a fondo de economía.