El influyente The Economist señala las debilidades socialistas en Cataluña: los indultos, la derogación del delito de sedición y la reforma del delito de malversación. La biblia del periodismo internacional, cuyos mayores accionistas son Rothschild y Agnelli, despierta tarde, pero despierta; no señala a la populosa Andalucía de Moreno Bonilla, ni a la Valencia de Carlos Mazón; apunta al núcleo duro del voto de la izquierda. Es como un tiro de gracia. Sin embargo, The Economist no ha tenido en cuenta los sedimentos acumulados en el fondo, donde quedan los datos estadísticos sin dueño. Queda, por ejemplo, la afirmación de Feijóo de que el PP siempre ha subido las pensiones con arreglo al IPC, una fantasía digna de Disney; también queda su negacionismo frente al cambio climático, un delito contra la era del Antropoceno, que ya se muestra intratable en este tórrido verano.
El presidente del PP se puso serio delante de Silvia Intxaurrondo, en TVE; entrecejo fruncido y mirada matona del que se sabe intocable. La lucidez de la periodista en el arte de la repregunta es una anomalía que no deja de recordarnos nuestra fragilidad; pero Silvia no es frágil, es el dardo en la palabra. El rifirrafe de las pensiones significa que a Feijóo se le pueden cantar las cuarenta, a pesar del triste papel de Sánchez en el cara a cara, frente a un muñeco movido desde el estudio de MAR, el spin doctor, que le regala la victoria a Feijóo a base de argumentarios en cascada, el siniestro galope de Gish, “el exceso de información que desinforma” (Cocteau); la marea criminal de una inundación en la que lo primero que falta es el agua potable.
Miguel Ángel Rodríguez se merece a su cliente, tan acostumbrado a ganar que no sabe nada de la amargura, más discreta que la felicidad, ruidosa, banal y atormentada. Feijóo, como buen nihilista, se burla de la verdad. Sabe que la mejor manera de hacer política es utilizando términos acertados, símbolos que rinden culto. Pero piensa que levantar una sintaxis de futuro es como hacerle caso a un amor infiel. Por eso profana y ultraja; se vale del telegrama y del epitafio, expresiones cortas que lo dicen todo. Será recordado por su ferocidad.
Cataluña declina cuando renuncia a sus excesos; Feijóo lo sabe, pero se ha escorado tanto que un giro brusco degradaría su fuerza. Por falta de doctrina, se acoge a la ideología de su socio, Vox, aliado de Orban, Le Pen o Giorgia Meloni, defensores del gran reemplazo de Renaud Camus, la razón xenófoba que nos dice que la población blanca y católica está siendo sustituida por la inmigración masiva. Las alianzas del bloque de la derecha, en municipios y comunidades autónomas, exponen con claridad que el PP cede a Vox las carteras de cultura y que estas amplían el radio de acción de la clausura en temas como la lengua o el mundo del arte. Abascal regurgita el pasado. Nos dice que somos la nación del desengaño, el país que crece en su eterno crepúsculo; el derrotado que convierte la pérdida en una nueva supremacía; el sueño colonial del caballo jerezano y el toro de Osborne; la cuadra y la dehesa.
Cataluña será una isla el domingo 23J, el día en el que Feijóo aspira a disputar a ERC la segunda plaza en la comunidad autónoma, según los trakings internos que le sitúan en ocho escaños o más, mientras los republicanos caen a la mitad. Y Sumar le recuerda al PP catalán que su aliado natural es JuntsxCat, la antigua CiU en la que solo el reformista Jaume Giró tiene el flow a su favor, aunque Borràs y Puigdemont le cierran el paso. Giró tendía puentes con España cuando, desde La Caixa, fue el motor de grandes acuerdos de lobi en el núcleo del Ibex 35; pero a las últimas primarias de Junts no se presentó, o no le dejaron.