El pasado 3 de junio aterrizaba en Barcelona El Jacobino, un think tank liderado por el brillante abogado Guillermo del Valle, que defiende, según expresaba el comunicado posterior al acto de presentación, “los servicios sociales y derechos laborales frente al fundamentalismo de mercado, así como la igualdad ciudadana frente al nacionalismo excluyente, y los derechos civiles frente al conservadurismo moral”.

La gran novedad de este proyecto radica en que, desde planteamientos claramente de izquierda, se posiciona con dureza contra toda lógica identitaria, desmarcándose así de una izquierda oficial del todo desdibujada, sobre todo por su incomprensible connivencia con los nacionalismos. Cabe remarcar, en este sentido, el cartel con el que se presentaba en la Ciudad Condal: “Barcelona jacobina. Izquierda centralista”.

En un contexto en que nacionalistas catalanes y vascos (fundamentalmente) han logrado imponer su relato, logrando por ejemplo que muchos identifiquen descentralización con una especie de proceso evolutivo natural y recentralización con algo casi reaccionario, supone un soplo de aire fresco que desde la izquierda del tablero político alguien afirme de forma tan desacomplejada que para desplegar políticas sociales se requieren Estados fuertes, sin pulsiones cantonales, que sólo generan desigualdad y que suelen estar promovidas por quienes más tienen para blindar o incrementar sus privilegios.

El Jacobino dio sus primeros pasos como canal de YouTube al poco de estallar la pandemia, a mediados de 2020, y pasó a convertirse en un laboratorio de ideas un año después. Desde entonces, sus promotores (que engloban a antiguos militantes del PSOE, Izquierda Unida, UPyD y Ciudadanos) han ido presentando el proyecto por toda España y ampliando considerablemente su base. Así, el pasado diciembre anunciaban en Madrid su intención de generar una alternativa política electoral que tiene la voluntad de concurrir a las próximas elecciones al Parlamento Europeo, con una propuesta de unión fiscal y presupuestaria para el continente que combata los paraísos fiscales y tantas formas de desigualdad.

Se trata, diría yo, de un proyecto de ciudadanos que creen firmemente en la igualdad y que, precisamente por eso, rebaten los dislates identitarios. En particular, el sectarismo de los diferentes nacionalismos. Esto que, planteado desde la izquierda, ya resulta muy novedoso se refuerza con la referida apuesta por recentralizar competencias en materias tan sensibles como educación, sanidad o fiscalidad.

Participé en el mencionado acto de presentación de El Jacobino en el Centro Cívico Cotxeres Borrell de Barcelona, junto a Félix Ovejero, Jahel Queralt, Marc Luque y el propio Guillermo del Valle. En la línea del cartel que nos convocaba (Barcelona jacobina. Izquierda centralista) denuncié cómo la nueva Ley Orgánica del Sistema Universitario lo que hace realmente es avanzar en el desmontaje de nuestro sistema universitario, incorporando un alud de enmiendas de diferentes fuerzas nacionalistas orientadas, por ejemplo, a descentralizar el procedimiento de evaluación de méritos del profesorado funcionario, que hasta ahora dependía de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA), o a normalizar la existencia de categorías profesionales laborales (caso del profesor agregado, equivalente al titular) para dar plena cobertura a las políticas que se vienen desplegando en Cataluña y en el País Vasco, orientadas a dibujar un sistema universitario diferenciado del del resto de comunidades autónomas.

Creo, como estos jacobinos, que es imprescindible abrir el debate sobre las nefastas consecuencias de la continua transferencia de competencias a las comunidades autónomas en un contexto, además, de absoluta falta de lealtad institucional por parte de los gobernantes de algunas, entre las que destaca Cataluña. Vimos con la pandemia el grave error que implica tener un Ministerio de Sanidad esquelético; escuchamos día a día hablar machaconamente del dumping fiscal de la Comunidad de Madrid mientras se asume como normal la existencia de privilegios fiscales sustentados en derechos históricos en Navarra y País Vasco; y, junto a lo esbozado sobre la Universidad, observamos cómo en otros niveles educativos la enseñanza de la lengua común está proscrita allí donde gobiernan fuerzas nacionalistas. Un cúmulo de despropósitos que se han de combatir también desde la izquierda para acabar con ese pernicioso discurso que pretende etiquetar como regresiva cualquier política que busque la racionalización de servicios esenciales para la convivencia democrática.

Nos encontramos, por tanto, ante un proyecto muy bien armado que apunta hacia un espacio político amplio y huérfano de representación. Sería de sumo interés para nuestro sistema democrático que lograse confirmarse como alternativa electoral. Tal como está perfilado, si logra darse a conocer suficientemente, captaría sobre todo votos de los sectores más a la izquierda del espectro ideológico, incluido el Partido Socialista, desencantados por la deriva identitaria de las fuerzas a las que aún votan o que les han conducido a la abstención. En función de cómo se articule y de lo que ocurra con Ciudadanos, podría incluso llegar a confluir con sectores del centro progresista.

Esperamos, pues, a ver si se confirma la candidatura de El Jacobino, y con qué denominación, de cara a las próximas europeas. Sería una gran noticia que una izquierda así tuviera presencia en el grupo socialdemócrata del Europarlamento o en otros grupos más a la izquierda. Se atisba, en todo caso, una nueva esperanza para quienes, hartos de presiones identitarias, creemos en una España social y de ciudadanos.