El dardo se quedó en los manteles del Motel Empordà; la palabra flota todavía mecida por su exactitud, más que por su belleza. Después de más de medio siglo, el establecimiento de Figueres se sigue llenando por motivos intangibles que tienen que ver con el vuelo de almas eternas, diría Cunqueiro, y hasta con sonoridades escasas, diría Gabriel Ferrater; los dos fenómenos dejaron huellas en la cubertería y ecos en las paredes. ¿Qué decir de los colores? Jordi Amat nos ha recordado que Josep Pla, comensal señera del Motel, se impuso encerrar en un adjetivo el blanco del ajo. Amat conecta con maestría a Pla con Ferrater, el inolvidable poeta de Reus, el profesor inventado que daba seminarios a sus alumnos en el bar de la plaza de Sant Cugat casi pegada al Monasterio. Ferrater fue nuestro sabio más parecido a Wittgenstein, filósofo minimalista en el Cambridge de Bertrand Russell,
Después de leer El quadern gris de Pla, el poeta le hizo llegar el libro, a través de su exmujer, a la prestigiosa Farrar, Straus & Giroux de Nueva York para que buceara y tradujera aquel ejemplar que mejoraba los relatos de Isherwood. Con Amat estamos en deuda; él ha sido una de las mejores crónicas del cambio de siglo, el tránsito entre la memoria y la enciclopedia.
Situarse en un punto intermedio, entre de rigor que exige la verdad y el impresionismo literario del genio de Llofriu, no es fácil. Y sin embargo es la mejor manera de entronizar la visita al Motel de Figueres: “A Josep Pla, la presencia del chef Josep Mercader no podía pasarle por alto. Un hombre fogueado en la cocina internacional puso una pica un motel de carretera de Figueres, la puerta de entrada obligada para el turismo internacional de la Costa Brava en 1961” (Historias del Motel de Miquel Berga).
Los periódicos llevan meses repitiendo que el Motel ha levantado un proceso concursal, después de pactos con los acreedores y sin haber tenido que despedir a nadie. Sigue el servicio, siguen el cristal transparente y el blanco opalino de sus manteles. No siempre vence el mal y este ha sido un triunfo de la excelencia. Los propietarios del Motel, los Subirós, nunca han dejado de pagar a los 38 empleados con los que cuentan en Figueres, que tampoco han sufrido ninguna medida laboral mientras se ha gestionado la insolvencia. ¡Bravo!
Transitamos entre la ensoñación y la barbarie, tal como lo he definido el profesor Norbert Bilbeny, convencido de que la vida será sueño siempre que podamos despertar, no como ahora. Nuestro anhelo invisible es el de vivir barrocamente lejos del Barroco, como propone el gran actor del teatro clásico José Luis Gómez. Uno puede plantearse mucho mejor esta disquisición nada inocente delante de una sopa de escórpora o de unas habitas frías con jamón tal como las hacía Mercader, maestro de la granada, el queso fresco, el membrillo, los ceps y los piñones. Puro paisaje, “armonía” de Pla.
Se agota el tiempo; no el de los comicios generales, sino el de la nube negra de la intransigencia cernida sobre Europa, que amenaza los mejores flancos de nuestras libertades. Entrar en el Motel es una buena forma de recapitulación, algo así como el proemio de Boccaccio cuando se declara partidario de los placeres para combatir el abatimiento de Florencia. Les aseguro que, para evitar la erosión de los valores, nada mejor que un bogavante o un buen centro de mesa adornado con piezas de caza recién salidas del horno. Los romanos combatían la pobreza moral sobre la mesa de Lúculo, junto al mítico Domus Áurea del Emperador. La hiperinflación política actual ha desdibujado el límite de nuestras pretensiones; nada que no puedan arreglar el sumiller o un buen postre.