Cuando una persona manifiesta una incontenible verborrea, el interlocutor suele desconectar, más pronto que tarde. Antes que adentrarse en una desorientadora niebla mental, el oyente termina por desinteresarse por casi todo lo dicho. Algunos de los que hablan sin apenas escuchar suelen ser conscientes de esa distracción de su receptor más cercano. Es ese el caso de Pedro Sánchez.
No es casual que, en todas las entrevistas hasta ahora realizadas, la palabra más repetida por el presidente en sus respuestas haya sido “fíjese”. Una y otra vez, Sánchez ha necesitado utilizar esas llamadas de atención para atraer al receptor, noqueado por su empleo excesivo de palabras al responder.
En la reciente entrevista en El Hormiguero, Sánchez consiguió acorralar a Pablo Motos. Esta inversión de papeles pudo interpretarse como un éxito rotundo para el líder socialista, que incluso arrancó numerosos aplausos entre los asistentes. Su media sonrisa y su mirada caída y lateral ante esas aclamaciones rayó el desprecio. Fuera por su prejuicio de que era un público conservador o por su superioridad moral, lo cierto es que a Sánchez parecían molestarle esos asentimientos, que interrumpieron su memorizado e hiperventilado discurso.
Ha sido acusado de mentir, y él lo ha negado comparando sus cambios de opinión o de posición con los de sus antecesores Suárez o González, al parecer sus modelos a seguir. Cierto, los charlatanes nunca mienten, en todo caso inventan realidades. De ahí que Sánchez, convencido de su infalibilidad, acuse al que no comparte su invención de ser un conservador o, en el peor de los casos, un involucionista de 20 años atrás.
Hay que reconocer que Sánchez tiene un excelente sentido teatral para la invención, hasta hipnotizador. En su afán por crear realidades ficticias dibujó una sociedad española (opinión pública) dividida al 50% entre progresistas y conservadores, y repartió carnets ideológicos a los medios de comunicación (opinión publicada), a los que consideró en un 90% conservadores. Ante esa recreación sociológica tan burda y simplona, cabe apuntar, en primer lugar, que casi todos los medios que lo apoyan han de ser también de derechas, de otro modo no salen los números. Y, en segundo lugar, el resultado de ese último dato falso es que el líder socialista no cree en la libertad de prensa.
Quizás el entrevistador debería interrumpir más a Sánchez utilizando, si es necesario, su mismo latiguillo fíjese. Fue un antecesor suyo en la presidencia del gobierno, el general Prim, quien advirtió a sus ministros de que no debían controlar o censurar aquellos medios que se oponían a su política. Primero les llamó ingratos, y les recordó que lo que eran se lo debían a los periódicos. Y después, con tono grandilocuente, remató: “¿Pensáis como hombres de Estado que la Prensa puede perjudicar al país por lo que diga, sin tener en cuenta que, sin la fulgurante luz que la Prensa ha derramado sobre el mundo, el mundo estaría en tinieblas?”. Puro liberalismo, ese del que todavía carecen muchos políticos de nuestro país, fíjense, por muy demócratas que digan ser.