Decía nuestro ilustre y transterrado José Gaos, filósofo y militante socialista, que “gobernar bien es cumplir honradamente lo prometido a la mayoría, respetar escrupulosamente los derechos de proselitismo pacífico de las minorías, y dar buenos palos a los violentos, sean individuos, minorías o mayoría”. A tenor de las maneras de actuar y hablar, ¿nuestro presidente del gobierno ha cumplido esta lúcida y triple aseveración?

Habrá percibido el lector que la primera razón que Gaos planteó en su aforismo es un insalvable escollo. El pasado lunes Pedro Sánchez afirmó en una entrevista con Carlos Alsina que él no había mentido nunca, sino que había cambiado de opinión. Se podría calificar esta precisión como un ejercicio de puro cinismo. Con sus respuestas circunspectas o evasivas, en ningún momento reconoció que había cumplido “honradamente lo prometido a la mayoría”, luego es prescindible distinguir si es un mentiroso o un cínico.

La segunda razón del buen gobernante que sugirió Gaos ha sido la que ha alcanzado un mayor cumplimiento, principalmente gracias a las políticas de igualdad lideradas por Irene Montero. Sorprende que en la entrevista el presidente haya renegado de los resultados de ese proselitismo pacífico de las minorías, aunque su gobierno las haya regado con centenares de millones de euros.

Con su comentario sobre sus amigos entre 40 y 50 años, al parecer contrarios al feminismo ministerial, Sánchez reconoció sin despeinarse que no ha gobernado bien, puesto que no se han respetado los derechos de otras minorías, en este caso masculina y de una generación concreta. Este reniego parece tener más de intención de minimizar daños que de asumir la tozuda realidad que ha ido cuajando en los últimos años. El rechazo al feminismo impositivo y obtuso es aún mayor entre la generación más joven.

Queda la tercera razón de Gaos, y esta también la ha cumplido sobradamente Pedro Sánchez. En el caso de “dar buenos palos a los violentos, sean individuos, minorías o mayoría”, los gobiernos del PSOE-Podemos y el autonómico de Junts-ERC tuvieron ocasión de demostrar su buen hacer. Bajo sus mandatos la Policía Nacional y los Mossos d’Esquadra reprimieron, con la limitada dureza que les permitieron, las agresivas y golpistas protestas contra la sentencia del procés, presuntamente coordinadas por Tsunami Democràtic y sus corpúsculos afines, durante varios días de octubre de 2019.

Extraña que Sánchez no alardee de su buen gobierno y prefiera incidir en la falacia de que, bajo su mandato, la Cataluña bronca y sectaria se ha pacificado gracias al diálogo y los indultos, y no con la sentencia del Supremo, ni con los “buenos palos”. La imagen que Sánchez ha construido de sí mismo, con su antológico manual de resistencia, está más que amortizada. En las próximas elecciones no va a interesar recordar sus caídas y sus levantás, sino comprobar cuánto queda de aquella capacidad de convicción que tanto entusiasmó.

¿Qué rentabilidad tendrá en las urnas del 23J la fascinación por el líder?, ¿los fieles siguen creyendo en su resurrección? Es comprensible tanta fe ciega porque, de confirmarse su previsible y definitiva caída, el vendaval conservador puede llevarse por delante buena parte del PSOE S.A. Se avecinan malos tiempos para la lírica socialista, aunque Sánchez cambie otra vez de opinión.