Juanjo Puigcorbé volvió ayer a los titulares, mediante dos tuits lapidarios. El primero dice: “Después de siete años de no poder trabajar en barcelona hoy estoy en Madrid para presentar una de las series en las que he trabajado y esta magnífica película. Gracias, ERC, por vuestras puñaladas. Espero que nadie os vote nunca más, pandilla de HdP”.
Hay que agradecerle la claridad con la que expresa su opinión sobre los dirigentes del partido que gobierna Cataluña. Nada de medias tintas, nada de componendas: HdP. Claridad diáfana.
Juanjo Puigcorbé (Barcelona, 1955) había sido uno de los actores más omnipresentes de los rodajes cinematográficos, de las series televisivas y de los escenarios teatrales, donde le vi en su día aguantarle magníficamente el tipo a Flotats en Per un sí per un no, otro día provocar las risas incesantes en Per davant i per darrera, y otra noche hacer de trágico El príncipe de Homburg, del divino Kleist (ocasión en la que, como ya he contado, decidí que no volvería a poner los pies en una sala teatral, pero no por culpa suya). Muy buen actor. Creo que caía simpático al público, con ese rostro maleable que hubiera quizá podido ser de galán pero se inclinó por lo cómico. El tipo de rostro de pícaro sin maldad que lo ves en una fiesta y te acercas a su corro pensando “este parece listo, con este me lo voy a pasar bien”. Cuando éramos niños iba a mi colegio, un par de cursos por delante, y ya entonces le encantaba subir al escenario del salón de actos y representar personajes. Destacaba y se hacía notar, desde luego. Luego emprendió algunos estudios universitarios pero la llamada de Talía se impuso.
Hace unos meses me acordé de él, que andaba desaparecido, y estuve buscando información en la red, donde leí una entrevista en la que habla con sentido común, serenidad y penetración, del oficio de actor, de música, de su carrera, de la Barcelona de los años 70, de otros temas. Muy interesante. Debió de sentirse cómodo con el periodista. Ahora bien, yo había oído rumores de que estaba algo disparatado, haciendo tonterías, y que además veía conjuras contra él por todas partes. “Alguien” la había tomado con él. “Alguien” quería destruir su carrera.
Bueno, pues sí, se organizó una conjura contra él, pero no entonces, cuando formaba parte de la farándula. Sino más tarde, cuando estaba representando el papel más peregrino de su prolífica carrera: el papel de dirigente erco. Corría el año 2015, él estaba viviendo en Madrid, donde parece que su carrera como actor pasaba por un bajón, y dio el salto a la política, se vino parachutado a Barcelona.
Se cambió hasta el nombre (el “Juanjo” por el que todos lo conocían desde hacía 60 años de repente le debía de parecer demasiado español y se pasó a Joan Josep), y el partido del beato Junqueras le puso de número dos en las listas para Barcelona, le dio un cargo de concejal y otro en la Diputación. Él de inmediato se puso a decir las gansadas propias de ese partido, manifestando unas opiniones raras y molestas sobre Cataluña y España.
Fue un error muy propio de la política nombrar a un profesional sin experiencia de gestión… para gestionar equipos humanos y presupuestos. Como primera medida en el ayuntamiento, Puigcorbé propuso crear en Barcelona un museo que Collboni le tuvo que recordar que ya existía. Ahí ya se vio que no íbamos bien.
En la Diputación intentó aportar ideas que nadie le había pedido –allí se va sólo a cobrar-, quiso imponer una disciplina de trabajo, y ante semejante desafuero le montaron una acusación de maltrato, que el mismo que lo había llevado allí, el novelista Alfred Bosch, candidato a alcalde por su partido, usó como excusa para echarlo sin contemplaciones, no le fuera a alborotar el gallinero.
Por cierto, Bosch, poco después, sería acusado de proteger a un acosador sexual y tendría que abandonar la política… ¡Todo eso que ha ganado la literatura!
Ayer, el segundo tuit de JP decía: “Ya he visto caer a tres de mis torturadores: A. Bosch, C. García y JG. Cambray… pero aún quedan los que mandan en el partido: ¡los jefes de prensa!”
Aunque ya había dado muestras de no estar muy centrado, de verdad que no se sabe por qué, JP, que había pasado largos años viviendo en Madrid y que nunca, que se recuerde, había manifestado ninguna inclinación política muy acusada, y menos aún de tinte nacionalista, sino que creo que era más bien un progre moderado, con una visión del mundo hedonista, dio ese salto tan raro al lado oscuro. ¿Quizá le transtornó el procés? En fin, un caso humano interesante. Cuánta razón tienen los que sostienen que nuestra personalidad no es unívoca, en ella conviven varias personas. Algunas son inteligentes y sensibles, pero a veces se manifiestan también sus aspectos más tontos y cometen errores colosales.