El mes de julio es uno de los más bullangueros del año, está escrito y comprobado. Cuentan los historiadores que la bullanga más sonada, la del 25 de julio de 1835, se llevó por delante a un montón de frailes, monjas, iglesias y conventos. El rebullicio estalló tras una corrida de toros en la Barceloneta. Las reses no embestían y el respetable público la lio. Más allá de la supuesta espontaneidad de las masas, cabe reconocer que el conflicto explotó tras un largo periodo de sequía, una guerra y un cúmulo de conspiraciones. Había combustible y este ardió. Pues bien, casi 200 años después y un montón de bullangas posteriores, tenemos sequía, guerra y conspiraciones en red; también líquidos inflamables en manos de desaprensivos. Pero, eso sí, hoy todo es mucho más sofisticado y prender la mecha puede tener un precio y un efecto bumerán.

Aunque a algunos les duela, el juego democrático en España funciona y el presidente del Gobierno tiene la potestad de convocar elecciones cuando lo considera oportuno. Pedro Sánchez lo ha hecho tras analizar los resultados del 28M e interiorizar sus posibles consecuencias. El presidente cree que lo que está en juego es la orientación futura de la democracia española y de la europea. Ante esta tesitura poco importa el calor estival y la incomodidad de ajustar la agenda. Lo que se dirime en nuestro país el 23J es algo más profundo que la pelea entre dos partidos alfa; es comprobar si el electorado está dispuesto, o no, a construir un espigón capaz de contener la marea reaccionaria que acecha a Europa. No crean que exagero; si hoy se celebraran elecciones federales en Alemania la segunda fuerza política, según las encuestas, sería Alternativa por Alemania (AfD). Ni que decir tiene que Giorgia Meloni, Viktor Orbán y Mateusz Morawiecki siguen el tema expectantes, hostigando el Estado de derecho, suspirando por una España azul que desequilibre la balanza europea.

Se oye tanto ruido y tantas banalidades alrededor del 23J que viene como anillo al dedo el viejo refrán castellano que reza: “En julio es gran tabarra el canto de la cigarra”. De cigarras metidas a comentarista político las hay de muchos tipos. Unas proceden del ámbito más casposo del famoseo y la televisión. Como paradigma del asunto tenemos el caso del cantante Pitingo. Desde el corazón de Miami esta cigarra de la derechona nos da la lata vía tuit. Afirma que vendrá desde Punta Cana para votar y “abolir el sanchismo”. Mientras tanto Feijóo plantea a los ciudadanos la falsa disyuntiva España o Sánchez. Los comicios del mes próximo también han activado a las cigarras de Junts y de ERC. Marta Rovira y Jordi Turull se citan en Ginebra para aprender cómo se cocina una fondue independentista, pero discrepan en el maridaje. Para el independentismo, un gobierno PP-Vox sería agua de mayo, motivo de una nueva bullanga como la del 2017. Mientras tanto, el cri-cri de Alejandro Fernández nos dice que “debemos estar preparados para otro conflicto independentista”. Observen el detalle, todas las cigarras políticas de julio tocan a rebato. Todas tienen su lobo particular y a todas les va de perlas un enemigo a batir. Se disponen pues a vestir el discurso y a convocar a los fieles para librar la gran batalla.

Un fantasma recorre Europa y no es precisamente el que citaba el abuelo Carlos; tampoco el de los primeros versos que escribió Rafael Alberti, allá por el año 1933, antes de que eclosionara el huevo de la serpiente. Ese fantasma no es de aquí ni de allá, mora en todas partes. Existe. A veces se manifiesta con discreción y cuidado para no alarmar al personal, otras veces muestra sus fauces sin complejos. Incluso aflora en Ripoll, bressol de Catalunya, enfundado en una bandera estelada.

Insisto, el 23J no es solo un combate entre dos opciones partidarias, es algo más profundo que puede determinar nuestro futuro como sociedad.

Al igual que en la fábula de Esopo, las cigarras seguirán con su cri-cri y ya veremos qué ocurre este invierno.