Estamos inmersos en un escenario de ruido insoportable, que solo deja escuchar las descalificaciones, insultos y consignas entre los partidos. Permanecemos anclados en debates simplificadores de la realidad y marginales en relación con la problemática del mundo global que nos circunda. Los partidos y sus líderes se dirigen a sus votantes encapsulados en barricadas ideológicas. Vivimos en una España donde los extremos marcan la estrategia de los partidos centrales.

Mientras tanto, el mundo sigue girando alrededor de problemas que exigen soluciones con una cierta urgencia: transición ecológica, crecimiento sostenible, estrategia geopolítica, guerra de Ucrania, enfrentamiento entre las dos grandes potencias USA vs China, marginalidad de la UE… Hay que evitar que las citas electorales y las pugnas ideológicas exacerbadas nos distraigan de nuestro esfuerzo de integración en la economía global. Después del 23 J, el Gobierno de España que salga de las urnas deberá abordar en profundidad y sin apriorismos ideológicos los retos de la economía global, asumiendo la necesidad de seguir apostando por la internacionalización de nuestra economía.

Entre estos retos las inversiones en infraestructuras son un claro instrumento geopolítico. Prueba de ello serían algunos de los programas activados en dicho campo como: el  Build Back Better World que el G7 lanzó en 2021 para satisfacer las necesidades de infraestructuras en los países de ingresos medios y bajos y el plan chino Belt and Road de 2013 por el que el país asiático se ha lanzado a financiar obra pública en Latinoamérica y África. La administración estadounidense impulsó en 2022 la Ley de infraestructuras, a la que ha dado continuidad el presidente Biden anunciando una inversión de 220.000 millones de dólares en 32.000 proyectos de 50 Estados.

Por el contrario, Europa aparece en la actualidad como un socio menor y lo seguirá siendo hasta que no se asuma la necesidad de potenciar sus interconexiones como instrumento activo de estrategia geopolítica. Incomprensible la “resistencia” de Francia a impulsar las interconexiones eléctricas en Europa que son una apuesta decidida tanto de Berlín como del Ejecutivo español, tras el estallido de la invasión de Ucrania y las necesidades energéticas de los diferentes estados europeos. París intenta proteger la energía nuclear francesa de las competitivas renovables ibéricas y al mismo tiempo pone todo tipo de trabas al desarrollo de las interconexiones del corredor MED H2. Lo mismo sucede con las interconexiones ferroviarias, la SNCF protege su red de la competencia de otros operadores europeas (Renfe) y no aplica el principio de la reciprocidad.

En este escenario de globalización un dato a considerar es el rol de las constructoras españolas liderando grandes infraestructuras. Las principales constructoras españolas suman una cartera de pedidos en el campo internacional de unos 128.000 M€, si a esto añadimos las concesiones de autopistas, aeropuertos, ferroviarias y las obras de infraestructuras hidráulicas y energéticas, la cifra desborda los 200.000 M€ . Las multinacionales españolas en el campo de las infraestructuras deben ser un instrumento de estrategia geopolítica.

Un primer reto del nuevo gobierno debería ser el plantearse superar los déficits de la diplomacia económica española ante el reto de situarse en un nuevo orden económico mundial caracterizado por la confrontación entre los dos gigantes USA y China, en donde la posición de Europa es cada vez más subordinada. La búsqueda de una posición sólida en el mundo global implica no solo “la atracción de inversiones”, sino también “el desarrollo de instituciones especializadas capaces de proporcionar información útil y detallada y de gestionar relaciones” con los actores del capital exterior. España necesita la puesta en liza de una diplomacia científico-digital, bilateral y multilateral para perfilar la imagen de país garante de la modernidad y la innovación.

Es justo reconocer los logros del gobierno de “coalición”: una agenda social que ha supuesto una Reforma Laboral que ha reactivado el mercado de trabajo y generado empleo, la revalorización de las pensiones, el incremento del salario mínimo profesional, la apuesta por la transición energética, el inicio de la modernización digital y verde de la economía… España ha ganado peso en Europa “como impulsor de medidas como las compras comunitarias de vacunas, los fondos Next Generation y como catalizadora del tope al precio del gas y la mutualización de la deuda”.

Entiendo que el lector de este artículo pueda pensar que el autor está aquejado de un grave ataque de ingenuidad. Sin embargo, sigo creyendo que después del 23 J será más necesario que nunca, que nuestra clase dirigente entienda que solo se puede gobernar el país desde la centralidad y no desde el insulto y la descalificación del adversario. España necesita con urgencia dibujar un horizonte de agenda reformista que pueda ser compartido por una amplia mayoría social, lo que hoy por hoy, parece un reto inviable. Sin embargo, a pesar de sus dificultades, no podemos renunciar a ello.