La ciudadanía ha hablado y, como era de esperar, ni todos se han pronunciado ni lo han hecho de manera suficientemente clara. A pesar de la imagen supremacista que emana de la televisión del régimen catalán, destaca la subida de participación en Andalucía, aunque mañana lunes se celebra, como toca, el Rocío, mientras que aquí hemos votado menos a pesar de tratarnos como imbéciles al mover una semana el lunes de Pascua Granada para que no nos fuésemos a la playa. Cerca de uno de cada dos ciudadanos y medio con derecho a voto no lo ha ejercido, lo que evidencia el escaso atractivo de las propuestas de los candidatos o lo poco que nos creemos que el sentido de nuestro voto se respete.

La primera lectura de los resultados es que hay mucho ciudadano huérfano de candidatos, especialmente de la derecha moderada, sea nacionalista o no. Y, también, los indepes hiperventilados se han quedado sin candidatos pues unos ya están por el pacto y los otros han buscado un representante que se avergüenza de sus siglas y líderes. Una participación tan baja tiene que hacer reflexionar a los partidos tanto por sus ofertas como porque nadie tiene el apoyo suficiente para hacer grandes cambios. Sin duda tenemos lo que nos merecemos, gente gris que no ilusiona.

La realidad es la que es y ahora los partidos deben administrar lo que les hemos dicho. Y les hemos dicho que estamos muy divididos, tanto que hay tres, o cuatro, posibles alcaldes según se den las combinaciones en el área metropolitana, la Diputación o incluso para el sostenimiento del Govern de la Generalitat y cuales sean los planes del presidente Sánchez para las elecciones generales. Barcelona, lamentablemente, será una pieza más del tablero del poder, pasando el interés del futuro de la ciudad a un segundo plano. La culpa en este caso no solo es de los políticos, deberíamos haber votado más y más claro. Es curioso que con una sociedad tan polarizada los resultados de estas votaciones sigan siendo tan heterogéneos. Ni pueden leerse como un plebiscito de Colau, aunque probablemente Trias ha captado voto útil de la derecha no independentista, ni como una disputa entre independentismo y no independentismo ni, menos aún, una elección entre derechas e izquierdas, ya que la derecha sigue muy desdibujada en Cataluña, destacando la inutilidad del voto recogido por Ciudadanos y Valents. Estas elecciones han sino todo a la vez y al mismo tiempo, incluido un cierto voto en negativo, pues probablemente muchas personas habrán votado para evitar que ganase uno u otro candidato en lugar de votar a su favorito.

Los números salen para una sociovergencia, para un alcalde soportado por fuerzas independentistas, para un tripartito o incluso para alguna combinación más exótica. La derecha ultrafragmentada tiene poco que decir toda vez que la extrema derecha, a diferencia de la extrema izquierda, genera anticuerpos para la mayoría de los partidos y los pocos votos de Valents y de Ciudadanos no han servido para nada. Solo los votos del PP podrían ser útiles y está por ver con quién, ya que, aunque podría apoyar al PSC, hay compañeros de viaje con los que nunca les veremos.

Una sociovergencia, con permiso del sector hiperventilado de Junts, tal vez sería lo mejor para recuperar la ciudad del marasmo actual, aunque el camino para lograrlo no será sencillo. El PSC tendrá que convencer a Madrid que la candidata de Yolanda Díaz, necesaria para Sánchez, no va a ser compañera de viaje en la segunda ciudad de España, optando en su lugar por unas personas que se han presentado en el partido de Puigdemont, el antisocio del PSOE y de ERC, por mucho que la lista de Barcelona nos parezca más moderada. Y por supuesto Trias tendrá que doblegar a unas bases que preferirán un equipo de gobierno indepe, para lo cual tendrá enfrente el saber hacer de Borràs. En su haber, hacer salir del Govern a su partido, algo cuya utilidad ningún politólogo entiende. Junts, de nuevo, se debatirá entre ser partido o movimiento. El partido preferirá los cargos, y los fondos, de la Diputación; el movimiento preferirá la calle y el jaleo. Y ERC podrá decantar la balanza entre un ayuntamiento indepe o de izquierdas.

Es de esperar que un gobierno sociovergente sea más business friendly que el actual y podamos recuperar parte del terreno perdido en el turismo, la movilidad y la economía en general. Y que sea también un gobierno que piense en los cientos de miles de ciudadanos del área metropolitana, donde de nuevo ha barrido el PSC, que vienen por trabajo o por ocio a Barcelona y cada vez lo tienen más complicado para hacerlo. 

Pero si Colau siguiese en el ayuntamiento, ya sabemos lo que nos espera, más superillas, más carriles bici sin control, menos turismo y menos riqueza. La sultana del decrecimiento no se esconde, para ella la mejor Barcelona es la más provinciana, pequeña y desgobernada. Esta semana, por ejemplo, se ha evidenciado lo mal que se gestionan las aglomeraciones en Montjuïc cuando hay conciertos. Da pánico pensar qué puede ocurrir cuando comience a jugar el Barça en el Estadi Olímpic. El PSC no puede hacer seguidismo de Madrid para que Yolanda Díaz pueda presumir de proyecto y arrinconar a Podemos.

Y si Junts se llegase a unir a ERC, algo improbable, pero no imposible, habrá que ver qué plan tienen para la ciudad un partido genuinamente de derechas y otro de izquierdas cuando el pegamento identitario ya se ha demostrado en este Govern que no es suficiente.

El gobierno de la lista más votada pospondría la discusión de los acuerdos e implicaría una gestión del día a día que se puede tornar en un infierno para conseguir acuerdos y, sobre todo, para aprobar un presupuesto que sería, necesariamente, un Frankenstein que tendría que agradar a casi todos, dejando probablemente de lado a los ciudadanos.  

Al menos parece que nos libramos, salvo acuerdos extraños, de la peor alcaldesa de la historia. A ver si entiende el mensaje y se va su casa. Ahora a esperar si Barcelona es moneda de cambio para unos o para otros. A lo mejor quienes se han abstenido tienen razón, son los partidos quienes mandan, no los ciudadanos.